Una investigación interna de Oxfam desveló que varios miembros de la oenegé organizaron orgías con prostitutas a cargo de la organización durante su misión humanitaria en Haití. De los seis participantes en los hechos, dos renunciaron a sus cargos y el resto fueron despedidos.

La revelación ha sido traumática para la organización. No es solo el daño evidente a la reputación y la pérdida de donantes (en España ya se han dado de baja 1.200 socios), es la desolación de ver pervertido uno de los pocos espacios de esperanza de nuestra sociedad. No hay peor traición que ver al verdugo tras la máscara del salvador. Pero el mal existe, es intrínseco a la naturaleza humana, no hay islas impolutas. No se puede exigir a ninguna asociación la bondad absoluta, pero sí la voluntad de alcanzarla y el compromiso de preservarla. La denuncia pública de los errores cometidos es imprescindible para contrarrestar el mal. El silencio solo beneficia al agresor y hace más vulnerables a las víctimas. Es imprescindible que las organizaciones investiguen sus errores. Es necesario que tengan el valor de comunicarlos. Y la sociedad debería ser capaz de discernir entre la excelente labor que realizan y la maldad de algunos individuos. Penalizar el imprescindible trabajo de Oxfam por un puñado de hombres perversos no solo es injusto, también es una muestra de hipocresía y da la razón a los que se refugian en el silencio cómplice.

* Escritora