La memoria incómoda, de Alejandro Ruiz-Huerta, es un libro de vida, es una fe de vida. No es un libro histórico sobre la Transición y el papel decisivo que desempeñaron en ella los despachos de abogados laboralistas vinculados al PCE y CCOO, ni es un libro de fiebre y testimonio escrito por el último sobreviviente del atentado contra los abogados en el número 55 de la calle Atocha, en Madrid, en 1977, ni tampoco se trata de un libro confesional, una memoria personal articulada, ni es un libro de prosa poética: no es nada de eso, aunque sea algo de todo eso y también mucho más. Si cada escritura verdadera es un hombre, poca escritura se podrá encontrar tan verdadera como la que se destila en La memoria incómoda. Los abogados de Atocha, reeditado este año, el del 40 aniversario del atentado, por la editorial cordobesa Utopía.

Ricardo González ha hecho un excelente trabajo editorial y ha conseguido que este libro pueda estar en las manos de los lectores a tiempo, en este aniversario como cuarenta impactos en los ojos, en esas paredes blancas como lienzos que quedan todavía por descubrir, las de un vestíbulo que se tiñó de sangre aquella noche del 24 de enero. El libro de Alejandro Ruiz-Huerta parte de ese dolor, de esa herida infinita en el interior de un hombre: cinco de sus amigos, de sus compañeros, fueron asesinados esa noche, y otros cuatro, entre ellos el propio Alejandro, fueron gravemente heridos. Nadie en Madrid estaba preparado aquella noche para lo que vendría: ni Joaquín Navarro, el enlace sindical que los pistoleros dijeron ir buscando cuando irrumpieron en el despacho, ni el gobernador civil, Juan José Rosón, ni el ministro de Gobernación, Rodolfo Martín Villa. Nadie. Se temía algo, es verdad. La acera estaba caliente, tiznada todavía por la línea de tiza que había rodeado el cadáver del estudiante Arturo Ruiz, abatido el día anterior por un guerrillero de Cristo Rey, y también por la muerte de Mari Luz Nájera, esa misma mañana, en la manifestación de protesta por el asesinato de Arturo, después de que una bomba de humo de la policía le reventara la cara a bocajarro. Había sido aprobada la ley de asociaciones políticas, pero el Partido Comunista seguía siendo ilegal y los elementos de la extrema derecha, dentro y fuera de los guerrilleros, se paseaban y disparaban en las manifestaciones con impunidad. Se esperaba algo la noche del 24, pero no esa salvajada: no que tres pistoleros asaltaran un despacho de abogados laboralistas, a punta de pistola, para acribillarlos a balazos.

Luis Javier Benavides Orgaz, Francisco Javier Sauquillo Pérez del Arco, Enrique Valdelvira Ibáñez, Serafín Holgado de Antonio, Ángel Rodríguez Leal, Miguel Sarabia Gil, Luis Ramos Pardo, Dolores González Ruiz. Alejandro Ruiz-Huerta siempre los nombra a todos: como una letanía, igual que una oración de vida y de esperanza. La suya es la escritura de un hombre que ha cargado con la historia de otros, que ha aceptado ser voz y relato de varias vidas plenas y rotas, con sus voces y gestos. Eran unos chavales, tenían 30 años. Como Manuela Carmena, que se libró porque su reunión se celebró en el número 49, o Cristina Almeida, que estaba en Chile para participar en un programa de la ONU de apoyo a las mujeres represaliadas por Pinochet. Otros también se libraron, por casualidades: una promesa de ir al teatro, una hija pequeña que enfermó de gripe y mantuvo a sus padres esa noche en el médico. Son historias, ecos.

Pero lo que no es una historia, ni un eco, sino verdad de carne y cuerpo vivo, es el trabajo que estos abogados laboralistas llevaron a cabo en Madrid, como también en Córdoba Rafael Sarazá o Filomeno Aparicio, en tres frentes: el proceso democratizador en el Colegio de Abogados, la defensa de presos políticos ante el Tribunal de Orden Público y el apoyo a las asociaciones vecinales, como siguieron haciendo, tras el atentado, Alejandro Ruiz-Huerta y Lola González Ruiz, ya viuda de Javier Sauquillo.

El libro de Alejandro es memorial de vida y de alegría, del tipo de existencia feliz que llevaban, de lo libres que eran, sólo dos años después de la muerte del dictador, estas mujeres y hombres jóvenes que se jugaban la vida mientras cambiaban el mundo. El martes 27 por la tarde, en la librería La República de las Letras, se celebrará un coloquio entre Alejandro Ruiz-Huerta, autor y protagonista, su editor, Ricardo González, y un servidor. Hablaremos de lo político y lo humano, de la eterna belleza de las vidas que laten dentro del libro.

* Escritor