Pocos barrios cordobeses logran juntar tantas connotaciones épicas y poéticas como el Campo de la Verdad. Lepanto huele a gloria nacional, a un escapulario o un jirón de la más alta ocasión que vieron los siglos, repartidos por toda la geografía española y que en Córdoba se sitúa en esa barriada levantina. Lepanto es nuestra plaza de Trafalgar, al igual que el Campo de la Verdad, con permiso de la Ronda de los Mártires, pujaría por nomenclatura a emular a los Campos Elíseos. Claro que la angostura de sus calles no permite a ningún De Gaulle pasar revista a las tropas en vehículo descubierto, y escoltado por coraceros.

La ambrosía del Campo de la Verdad sabe a fino de taberna retranqueada. La memoria se llevó el paisaje de la batalla, allí donde se selló el destino de los Trastámara. Pero aún queda la quintaesencia de silencios adoquinados y la misma brisa de las niñas que aguardaban al barquero. Aún permanecen los ojos del niño que, en el asiento trasero del coche, se inquietaba con la escasez de las farolas de Santo Cristo y Acera Pintada, que parecían bujías de bandolero. Y sobre todo, con el gigantesco peralte de la Calahorra, un vértigo que encarrilaba el pretil del puente y remataban las palmatorias tiznadas del Custodio.

Hasta hace poquito, la remodelación de la plaza de Santa Teresa hubiera encendido una polémica entre partidarios y detractores. Pero esta antesala de los oteros de los viajeros románticos se va a estar quietecita. No ha habido exabruptos ni algarabías, fuera de los regidores de unos flamenquines con solera y de un colegio con la estética de alumnas de baberos y larguísimos lazos. Ambos tienen más crédito ante el envite del futuro. No ha habido lugar ni a lamentaciones, sabedores de que serían una pérdida de tiempo. El combinado es concluyente: arcas municipales vacías y el desaliento de encontrarse en la zona cero de las frustraciones urbanísticas. Ahora titubean los munícipes situar el museo de Bellas Artes en el cementerio de Koolhaas. En ese solar donde imperan los mismos jaramagos que contemplaron la colonia patricia, quizá algún día pudiera hacerse una cata arqueológica. Pero no como la de Schliemann y sus siete Troyas, sino la que buscase estratos de pitorreo entre tanto despropósito de promesas incumplidas.

* Abogado