Las Cortes son el corazón de nuestra democracia; así lo dice el artículo 66 de la Constitución, que afirma que las Cortes representan al pueblo español. Es donde enviamos a nuestros representantes para que, mediante una labor dialéctica, interpreten la voluntad general y elijan un gobierno.

No soy un iluso; en la práctica el poder ejecutivo y legislativo están fuertemente unidos, y siempre suelen estar monopolizado por un partido político, lo que hace que los debates sean actuaciones ensayadas y carezcan de valor. Además aumentan los intentos de domesticar al poder judicial, que es una garantía para que los gobernantes cumplan aquello de guardar y hacer guardar la Constitución.

Pese a contener las bases de la democracia, cada vez son más los grupos que mantienen la numantina posición de reducir diputados de la Cámara Baja, en lo que ya es una demagógica espiral de quejas contra los políticos.

En un país con más de cuarenta millones de personas, 350 diputados se me antojan escasos, pero dadas las penurias económicas del país comprendo que la ampliación a 400 no sea conveniente en estos momentos. Ahora, una reducción me parece un escandaloso golpe a la democracia; reducir el número de parlamentarios, por un ahorro que en realidad no es significativo, hace más por quebrar la democracia que todos los políticos corruptos que se puedan imaginar.

Reducir el número de escaños sería limitar, aún más, el número de partidos que pueden acceder al poder; sería limitar la función de control sobre el gobierno que este tiene, así como reducir el número de comisiones.

Siempre he considerado que las personas con más inteligencia pueden realizar una labor creadora y transformadora, mientras que aquellas personas instintivas y medrosas se conforman con destruir aquello que en un momento determinado no funciona bien. Propongo ser de los primeros. Propongo exigir un sistema de reparto de escaños más representativo, o que no se imponga la disciplina de voto en cuestiones éticas o cuando se incumpla el programa electoral, o una revisión del sueldo y las dietas de los diputados, a fin de hacer esta cámara más cercana a la ciudadanía. Estas son solo ideas, pero no nos dejemos embaucar, en un momento puntual de miedo e incertidumbre, por los cantos de sirena del populismo cuyas promesas prometen algo imposible con una acción nociva para nuestra democracia. Hagamos que la democracia resurja de sus cenizas como un ave fénix.

* Estudiante de Derecho