He pasado un fin de semana en Ávila enriquecedor. He acudido a hablar y a escuchar. Siempre soy consciente y así lo transmito a quienes me escuchan que el desequilibrio es evidente entre lo que digo y aprenden y entre lo que escucho y aprendo. Siempre gano. Siempre. Esta vez he crecido hacia adentro. Soy más propenso a crecer hacia afuera, sobre todo en horizontalidad, aunque creo que desde hace meses lo tengo más o menos controlado. Ahora sé, bueno ya lo sabía porque no quiero engañaros, que lo esencial es crecer hacia adentro. Crecer hacia adentro no es obviar lo de afuera. Antes al contrario, el adentro no comienza desde mí mismo, sino desde el otro, los otros, lo otro. El origen del que debo partir para crecer hacia adentro, en interioridad, parte de la Realidad. Yo soy yo y mi circunstancia, que decía Ortega. Si es que ya está todo inventado, incluso me quedo balbuceando cuando puedo pensar que esto ya lo dijo un filósofo y teólogo hace la friolera de ocho siglos como Santo Tomás de Aquino. Hay poco nuevo que descubrir, quizás tengamos más que comprender y es probable que retomar y rehacer. ¿Existirá algo realmente irrecuperable? Hasta la muerte parece reparable cuando uno escucha intervenciones como las del profesor José Luis Cordeiro al ser entrevistado por Iñaki Gabilondo. Es, por tanto, más que probable que la experiencia fundamental del individualismo radicalmente egocéntrico en el que hoy nos veamos sumidos provenga de una pésima interpretación de lo que somos. Es posible que hayamos llegado a creer que nuestra propia profundidad o mismidad tiene su punto de partida en cada sujeto de forma individual y esto sólo nos ha conducido al yoísmo. No hay camino por aquí o el camino es muy corto, empieza en mi cuerpo y termina en el mismo. Entended ahora esta pasión por la corporeidad que vivimos desde hace unos años. Ahí estamos atrapados, unos por la satisfacción y otros por la desesperación y la frustración. Veo a mis alumnos y alumnas fotografiándose continuamente pero ni siquiera dejan que sea por otros sino por ellos mismos, el self. Sólo les pido que de vez en cuando se puedan ver libros de fondo en las fotografías por aquello del curriculum oculto. Sin embargo, si el punto de partida del yo lo situamos en la circunstancia, en el otro, en lo otro, el camino sí que sigue más adentro de mi propia corporeidad, entonces sí que soy, pero de verdad, algo más que un cuerpo. Por eso, poetas como Juan de la Cruz hablan de los bosques y espesuras plantadas por las manos de un Amado. Están fuera y están dentro, los bosques y espesuras son la Realidad que empieza fuera y sigue en la interioridad de cada ser humano. Sólo el cuerpo estructurado en un espacio y un tiempo y como única forma en que podemos percibirlo nos hace diferentes, distintos y a veces, por desgracia, demasiado distantes.

Durante el tiempo que he intervenido como orador, afortunadamente como digo, muy inferior al tiempo en que he actuado de escuchador (incluso de bailador porque también me he expresado con el cuerpo y no ha sido en una discoteca), he hablado sobre escritura e interioridad, es decir, si la escritura puede ser una buena herramienta vehicular, entre otras, para crecer hacia adentro. Claro, he defendido que sí lo es. Además creo firmemente en ello, si no, os aseguro que no hubiese dicho nada al respecto. Y lo es porque la escritura junto a otras artes pueden hacer visible o tangible la natural invisibilidad del proceso de interioridad del ser humano. La escritura es la imagen de un «yo soy» que carece de más predicado que no sea el propio núcleo verbal. «Yo tengo, uso, abuso, hago...» sólo se constituyen como principios de necesidad de algo más. Por el contrario, un yo soy «bien llevado», con charme como dirían los franceses, solo se basta a sí mismo. Anímate a escribir porque una cierta periodicidad en este arte terminará transparentado tu interioridad más profunda. De momento no tenemos mucho tiempo para Ser.

* Profesor de Filosofía

@AntonioJMialdea