Aquí me veis de nuevo, escribiendo sobre «actualidad», que no me gusta, pero bueno, me toca, según mi habitual discurso en contra de mierdas, gilipollas y demás imbéciles. Por cierto, este fue uno de los brillantes calificativos que endiñó a sus clientes el abogado de La Manada. Nunca mejor dicho: manada: reunión de animales de una misma especie. Supongo que ya lo sabéis, ¿verdad? No existe individuo más peligroso que el tonto, el imbécil. Y es que el tonto es muy listo, quizir, espabilao. Anda por ahí metiendo mano en culos, bolsillos, cajones y todo aquello que no le pertenece y él se asigna orgulloso, convencido de haberse quedao con el personal. Por ello suele caer tan simpático a las víctimas del no-escarmiento, personitas que vuelan libres, viviendo la noche «al día», dicen, dejándose llevar por la vida. Pero en el pasillo de la vida hay que elegir bien a toda hora, serena o borracha o, de lo contrario, exponerse a la voluntad del listo, ya venga solo o en corriente de manada. Al tonto, al imbécil espabilao habrá ocasiones en que le toque robar, violar, desfalcar, no importa. Hasta que lo pillan. Porque no sabe, no mide las consecuencias y presume a voces y muestra las pruebas de sus delitos con pelos y tatuajes en público: «¡Je! (rebuzna) Mira cómo engaño al guiri ese, cómo regateo con el moro de mierda, aparco sobre la acera y le meto mano a mi prima, la borracha». Pasad un día por ese vuestro bar de poca monta y costumbre, echad un vistazo alrededor cuando detectéis a una chica trompa, y sentiréis el espíritu de la manada palpitando en algún que otro imbécil hijo de puta. Pero, y perdonad esta mi cruda y soez reflexión: ¿cómo puede empalmar un «hombre» ante una mujer semiinconsciente? Quizás haya que ser «muy hombre», pertenecer a la manada original, primitiva, imbécil.

* Escritor