La homeostasis es ese estado de equilibrio dinámico en el que se desenvuelve esta cosa cinética que es la vida, un punto caliente que se agita rodeado de un universo frío, como diría mi colega Manolo Martínez, ese genial bioquímico montillano ya jubilado.

Ayer quedé con el técnico de la calefacción porque llevo un mes sin ella. No sé qué demonios le pasa, pero la caldera no se pone en marcha desde hace más de un mes. Me descargué el manual de instrucciones del termostato, en portugués, que es el único que encontré, ya ves tú. Me tiré una semana intentando descifrarlo y, una vez logrado, reescribí el programa de control. Y nada, no valió de nada. Llamé a la empresa y una chica muy amable me acabó provocando un infarto virtual, porque al final descubrí, por sus caóticas recomendaciones, que yo sabía ya más que ella sobre el tema. Hablé con el técnico por teléfono, apliqué sus instrucciones, y nada de nada.

En este tiempo sin calor, aparte de vivir con intenso y dramático fervor la Navidad, me he dado cuenta de lo importantes que pueden llegar a ser unos pocos grados de temperatura para el bienestar. Hay que recordar que nuestro cuerpo se encuentra habitualmente a una temperatura de 37 grados centígrados. Y 37,5 ya es un poco de fiebre. A los 38 puedes empezar a sudar y sufrir leves mareos. Con 39, el sudor es abundante y te pones rojo, además de sufrir taquicardias y dificultad para respirar con normalidad. Si el cuerpo alcanza los 40 grados, vienen mareos más fuertes, vértigos, náuseas y deshidratación. Y a los 42, puedes caer en coma. La muerte es casi segura a partir de los 43 grados centígrados.

Pero es que, en la otra dirección, si el cuerpo baja de 37, la cosa también se va poniendo bastante cruda muy rápidamente. Con 35 grados ya hay hipotermia: sientes un temblor intenso, entumecimiento, y la piel se vuelve azulada. A los 34, se experimentan fuertes temblores, pérdida de movilidad y alteraciones del comportamiento. Y por deba-jo de 32 grados, la cosa se pone seria: alucinaciones, delirio, una intensa somnolencia e incluso el coma. Si sobrevives a los 28 grados, tu corazón funcionará con grandes alteraciones y parecerá que estás muerto. A los 26 estás ya muerto seguro; o casi, porque hay historias de supervivientes a temperaturas incluso de 16 grados.

Sin calor en casa, triste, frío y solo, ignorado por familia y amigos, y siguiendo el instinto y mis promesas de Año Nuevo, me eché a la calle y busqué refugio allí donde el ambiente parecía amable y acogedor. Y dónde va un hombre solo. Pues allí donde solíamos jugar. Abrazado a un gin tonic y mirando hacia la pista de baile. Al calor de todos esos recuerdos que aún arden ahí adentro. Como decían los Gabinete Caligari, no hay como el calor del amor en un bar. Pero ese calor puede llegar a hacerse insoportable, por lo que terminé refugiándome en casa de nuevo, alejado del ruido, el calor y el deseo. Y luego el frío me empujó al sofá y a la cama, como en un retromovimiento hacia el útero materno, buscando el calor del abrazo a la almohada.

Un mes después, ya por fin accedieron a concederme una visita. Y el técnico ha venido hoy. El problema: un cable desconectado. Dentro de la caldera. Y a mí no se me ocurrió desatornillarla. Esa pequeña desconexión impedía la comunicación de la caldera en la cocina con el termostato en el salón. Ea, mira qué tontería me tuvo helado todos esos días de ola de frío polar ártico. Muy tarde ha venido la solución en mi ayuda. Una estúpida desconexión. Algo así debe de haberle ocurrido a mi viejo hipotálamo: ni siento el calor ni siento ya el frío del mundo. A ver hasta cuándo dura este rebotar de mi vida dentro de mí. Qué razón tienes, Pablogarciabaena: mis palabras también son más valientes que yo.

* Profesor de la UCO