El 9 de noviembre se va a producir en Cataluña un paso más en un proceso inconstitucional, antidemocrático y antiespañol que supone un desafío en clave xenófoba contra aquellos que defendemos un marco de derechos y libertades para todos los ciudadanos que viven en España, independientemente de, como reza la Constitución (art. 14), su nacimiento, raza, sexo, religión u opinión. Añadiría la lengua.

Desde 1978 dicho marco se ha venido cumpliendo de manera más que satisfactoria, con todas las imperfecciones que se quiera, de forma que en la clasificación elaborada por The Economist en su Indice de Democracia (2010) España se encuentra reconocida como una de las únicas 25 democracias "plenas" que existen en el mundo, al nivel de países como Noruega, Gran Bretaña, Dinamarca o Suiza.

Sin embargo, la consolidación y extensión de dicho proyecto democrático-constitucional ha encontrado sus mayores impedimentos en los nacionalismos del País Vasco y Cataluña, donde basándose en fundamentos reaccionarios se ha pretendido instaurar un apartheid cultural y lingüístico en el que todo lo que tuviese que ver con España --de la lengua a la cultura pasando por los derechos y libertades-- se ha tratado de erradicar, utilizando desde la violencia física a la intimidación (in)moral pasando por el bullying mediático, el chantaje económico y el insulto racista.

Las primeras víctimas del nacionalismo catalanista han sido, claro, los catalanes que no solo no tenían ningún problema en conciliar su condición de españoles con la de catalanes sino que sabían que España es un multiplicador de lo catalán (y viceversa). Don Quijote se daba un paseo por Barcelona, no por Lisboa o París. Por ejemplo, Félix de Azúa, Albert Boadella, Xavier Pericay o Federico Jiménez Losantos han participado en el documental Gente que vive afuera para relatar en primera persona cómo algunos, ante el clima de coacción nacionalista, hicieron la vista gorda o miraron para otro lado. Los que se atrevieron a hacer frente a la imposición catalanista (basada en una concepción esencialista de la nación, al estilo de "Cataluña, una, pequeña y libre (de no catalanistas)") recibieron, en el mejor de los casos, el vacío institucional; en el peor, un tiro. Félix de Azúa, uno de nuestros más prestigiosos intelectuales, define el catalanismo a la perfección: "Un totalitarismo blando parecido al peronismo en Argentina". Un ejemplo de ello lo relata el propio Azúa: el hijo de un amigo volvía de la escuela y le preguntaba a su padre, llevado por la ideología sectaria que le inculcaban en el centro educativo: "Papá, ¿somos fachas o catalanes?". O como relataba Jon Juaristi respecto a su exilio del País Vasco ante el hostigamiento nacionalista: "Yo he nacido en esta tierra y me gustaría morir en ella. No ha sido posible vivir aquí".

En Barcelona también he sentido en ocasiones el odio de los catalanistas. Aunque la ciudad, como el resto de Cataluña, es por lo general abierta y globalizada, ha conseguido dicho estatuto cosmopolita a pesar de los catetos del terruño. La última vez que estuve en la ciudad condal --hace un año comiendo en Dos Palillos, uno de esos restaurantes de cocina creativa que han hecho de la capital catalana un referente de la gastronomía de autor-- tuve la ocasión de escuchar cómo unos catalanistas explicaban a su interlocutor que querían la independencia porque estaban hartos de sufragar a "los vagos extremeños y los fiesteros andaluces", con el desparpajo del que le han lavado el cerebro tanto en la escuela (lo llaman "inmersión" cuando más bien es ahogamiento) como en TV3 donde el mensaje básico, Ignacio Vidal-Folch dixit, es que "Cataluña es como Dinamarca mientras que España es un suburbio de Puerto Hurraco lleno de gente sucia y bajita".

Por ello, contra el golpe de estado avant la lettre que pretende Artur Mas y toda la tribu catalanista, se han movilizado unos ciudadanos para hacer un llamamiento al conjunto de la sociedad civil española que todavía cree en los valores fundamentales que cimentan nuestra Constitución (Preámbulo): la justicia, la libertad, la seguridad y promover el bien de cuantos la integran. El 8-N (mañana sábado) se leerá en todas las capitales españolas un manifiesto de la Asociación Libres e Iguales --liderados por Arcadi Espada y Cayetana Alvarez de Toledo-- para reivindicar la defensa de la ciudadanía común española contra la agresión a la democracia que pretende llevar a cabo el gobierno de la Generalidad de Cataluña. Para que nuestros hijos no tengan que elegir entre ser "fachas o catalanes" y puedan vivir en un país en el que puedan ser libres e iguales.

* Profesor