¿Por qué extraña nuestra decadencia si ya no impera la autoridad del padre, del maestro, del médico sino la autoridad de la extravagancia, de la libertad sin límites, la exaltación de las diferencias, incapaces de satisfacer los deseados fines civilizatorios?

Ya ningún individuo se prescribe una moral privada gracias a la preponderancia del subjetivismo. La rueda social de esta ciudad no funciona pues no hay principio de autoridad ni respeto al conciudadano. Les voy a dar un ejemplo. Tomen la calle Burell, desde Puerta Osario a Plaza de las Doblas: calle estrecha, sin acerado, sin visibilidad y de circulación prohibida desde las Doblas a Osario. Diariamente pasan motos incumpliendo la prohibición de tráfico; coches y taxis con autorización y cuando llega el turismo repleto de enganches de caballos y que ahora no transcurren por estar cortada la calle Cruz Conde. ¿Quién civiliza al yo instintivo de motorizados adultos? ¿Quién los va a hacer virtuosos? No aparecen guardias municipales para hacer cumplir la ley o la norma porque en una ciudad en la que impera el subjetivismo extravagante solo puede haber barbarie en lugar de civilización.

Cada lector puede poner múltiples ejemplos. Heces de perros en las aceras sin recoger, pintadas en los muros, ventanales en cualquier calle de la ciudad. Esta sociedad es pura vulgaridad que acepta la libre manifestación del yo instintivo. ¿Se puede edificar Córdoba 2016, capital de la Cultura sobre esta vulgaridad, como expresión de una barbarie? Capital Europea de la Cultura repleta de pintadas y sandeces para que sus ciudadanos libres, desinhibidos de su deber, autoafirmen su incompleta personalidad. La ciudad para dejar de ser vulgar tendrá que conseguir que los ciudadanos se inhiban de sus instintos y de ciertos inmediatos deseos como miccionar en cualquier e inesperado rincón beatífico. Da la sensación que esta ciudad está llena de ociosos subvencionados dispuestos a dejar ver sus extravagancias sin límites. Algunos cordobeses, maduros y jóvenes, como niños consentidos, saturados de derechos, ignorantes de lo que cuesta ser una ciudad limpia y virtuosa han decidido autoeximirse de deberes ciudadanos.

Ya nada merece castigo. Ni que enmierden las aceras con las heces de sus perros. Ya nada merece castigo aunque sea malo (conducir en dirección contraria), feo (como pintar las paredes de una Córdoba blanca). La transgresión a veces está hasta subvencionada. Algunos ciudadanos de Córdoba parecen, a pesar de su edad avanzada, haberse detenido en su evolución de su ciclo vital o haber involucionado hacia la niñez. Todos deseamos hacer lo que nos venga en gana y así no se hace una ciudad que quiere ser capital de la Cultura en el 2016.

Tanta subjetividad hay en cada uno de nosotros que caemos en la vulgaridad, como la de llenar la Judería de espantapájaros en cada tienda y destrozar la razón histórica de ese barrio y de esas calles. Nadie limita esa excentricidad en la calle Deanes que deja a la Judería sin autenticidad.

Así estamos consiguiendo ser una ciudad de medianías sin virtud; una ciudad que lucha por no ser vulgar pero que se hunde en la vulgaridad de tantas insoportables excentricidades.

* Catedrático emérito de la

Universidad de Córdoba