LLos patios se nos han ido, tras la lluvia y un fin de semana soleado, para que el calendario respire una pequeña pausa antes de abordar la recta final del mayo cordobés. Visitarlos me hace rememorar siempre los versos de Keats que nos hablan de cómo una cosa bella es un goce eterno y como su hermosura se acrecienta sin deslizarse nunca hacia la nada. Ya saben: A thing of beauty is a joy for ever: its loveliness increases; it will never pass into nothingness. Permanecen en mi memoria desde que tuve que traducirlos en un examen de inglés...

En esa búsqueda del goce estético a veces se encuentran sorpresas insospechadas. Pongamos por ejemplo que es usted amante de la música clásica. Y que, regresando de San Basilio, sobre las diez de la noche, se ha adentrado por Manríquez hacia la plaza de Maimónides. Que ha oído entonces unas tenues campanadas y, luego, el rasgueo de un violín. No es posible... No es medianoche... Pero es un acorde inconfundible que siempre causa un estremecimiento... La mort en cadence, frappant une tombe avec son talon, la mort a minuit joue un air de dance... Es el «diabolus in música», el singular tritono con el que se decía Satán entraba en el alma de los hombres y con el que la muerte afina su violín animando a los esqueletos a salir de sus tumbas para bailar un animado vals hasta el amanecer. Asi comienza la Sinfonía Macabra de Saint Saëns que junto a otros temas convirtieron en una sorpresa para el paseante (y en un bello mosaico de luz y color ) la fachada del Palacio del Cardenal Salazar durante las dos semanas de patios.

Nadie se altere. Aunque la Muerte y el Maligno gusten del violín y de sofisticados acordes, cuando no de trinos inspirados a través de los sueños --algo de esto sabían Tartini y Paganini-- la intención del espectáculo no era, ni mucho menos, sobrecoger a nadie, sino ilustrar --a través de la Música-- la historia y el alma de un edificio que habla de trascendencia, de sufrimiento y de sabiduría. Concebido como colegio para los acólitos y niños del Coro de la Catedral fue adaptado a Hospital de Agudos. Hoy es sede de la Facultad de Filosofía. Aunque los transeúntes, en general ajenos a este propósito, lo vivieron y entendieron , por lo común, como un regalo global de luz y sonido propio de la primavera cordobesa. Mucho más en el caso de llegar a la plaza parejos a la música de Vivaldi o a la de Joaquin Rodrigo. Al fin y al cabo no hicieron sino ejercitar su derecho a la sugerencia.

Sin embargo --y seguramente sin proponérselo-- al circunscribir a la temporalidad de la fiesta de los patios la vida pública del brillante trabajo con el que un equipo de alumnos de Ingeniería Eléctrica de la UCO ganó el concurso convocado, los promotores lo han convertido en efímero. Y apagadas las luces y los colores, en silencio la pequeña plaza, ha quedado, en la quietud de la noche, esa vocación que siempre tiene lo efímero por llegar a ser eterno. El alma, la vida y el saber, por diversos motivos, tienen siempre ansias de continuidad. Y las tres cosas se miman en las aulas del viejo Palacio cardenalicio. Así que ¿por qué no desear y aspirar a que, por muy fugaz que haya sido, el audiovisual vuelva? Al menos en la próxima primavera. Incluso , si es posible, que se quede. Y ya, por pedir, que retorne también, salvo que opte por afincarse en la fuente del jardín que comparten los museos de Bellas Artes y Romero de Torres, la elegante libélula de Paco Ariza. Otra sorpresa colateral con ocasión de los patios.

Y es que, hablando de almas y violines, no en vano, allá a principios de los 90 y con el suave humor que le era propio, decía Yehudi Menuhin --distendido ya tras la memorable Chacona de Bach ofrecida en los Colegios Mayores-- que nunca se sabe qué puede venir detrás del gemido de un violín (la Historia nos dice que incluso hasta el desembarco de Normandía). Para él era el alma de la Humanidad. Y el ajuste del alma, añadía, es una cosa muy delicada. El gran violinista judío supo en aquella ocasión ajustar el suyo al mensaje de armonía de culturas de una ciudad que amaba, cuyas callejuelas mágicas guardaban para él la impronta de la filosofía, del arte, de la ciencia y de la fe encarnados en el recuerdo constante de los paveses donde se mezclan las fantasías, los sueños, la búsqueda y el amor que siempre triunfa sobre el mal.

Nada hay que temer pues de trinos o tritonos. Compensados además por coros catedralicios. Pero habida cuenta de las veleidades que el antiguo Hospital de Agudos se trae con el Más Allá y con vistas a los deseados nuevos pases del audiovisual en el futuro, nunca estará de más, antes de abandonar la plaza, llegarse un momento hasta la cancela que se abre al patio de la Capilla de San Bartolomé y comprobar si la losa que da acceso a la cripta continúa encajada en su sitio. Más que nada para dormir tranquilos.

* Periodista