Fue un beso frustrado o algo que parecía serlo lo que encendió todas las luces y disparó todas las alarmas. Horas de televisión, páginas y páginas de couché, días de locuciones radiofónicas y racimos engarzados de frases opinativas entre un sí y un no, sobre algo que denominaron «cobra».

Las cosas que ocurren súbitamente y saltan como protagonistas a la atención social sin tener, siquiera, fundamento noticiable, dejan de marcar un grado mínimo de seriedad que afecta, negativamente, a la aspiración intelectual de la ciudadanía española, insultándole su inteligencia.

Dar carta de naturaleza informativa a un gesto sin saber la intención que conlleva hacerlo y contando, además, con la manifestación negativa de los protagonistas asegurando que «nada de nada de lo que se les atribuye es ni cierto ni real», es valorar con bajísima nota el raciocinio y el criterio de una sociedad como la española emocionalmente inestable; es decir, cuando estas cosas ocurren demuestran que la insignificancia bromista, llevada a sus últimas consecuencias periodísticas, erigiéndose como norma de conducta cotidiana, acechan a la cordura y a la transcendencia que se deben mantener en el contexto reflexivo de una sociedad mentalmente sana y ejemplar.

Cuando la vulgaridad se alza como dueña y señora de las chorradas, consideradas «centros de atención colectiva» que despiertan un sorprendente e inusitado interés y una desmedida curiosidad, se minoran y disminuyen las capacidades argumentativas que debieran dar medida proporcional a la justificación de uso de la razón para conocer y discernir lo que es importante, separándolo de lo insignificante, nimio y trivial.

Aunque la vida está compuesta de numerosas y variadas situaciones, que cada cuál las valora desde su propia libertad interpretativa --faltaría más--, siempre y como norma fundamental hay que hacer un constante esfuerzo por «aprender» a desglosar lo efímero, fútil y veleidoso de lo esencial para que así se garantice la madura solidez del pensamiento. Pensar es hoy una carrera de obstáculos donde, salvándolos con inteligente independencia, se llega a alcanzar la meta, higiénica, del discernimiento diferencial constructivo, edificante y positivo.

Con lo escaso que está el tiempo y con lo que lo derrochamos en atenciones nocivas para la salud mental, no es de extrañar que la estulticia se revista con la «capa pluvial» de una intelectualidad engañosa que no cultiva nada ni analiza nada y reflexiona mucho menos, donde se «aborregan» las formas --porque los fondos no existen-- del pseudopensamiento pseudorreflexivo, obedeciendo, sin remedio, a las doctrinas desinformativas y desinformadas que provocan las artificialidades inmersas en los reality radio-impreso-televisivos, conformándose los cerebros con ser enfermos irreversibles de idiotez necrótica. Es decir, que el seso, el intelecto, el cacumen y el oremus fallecen por desentreno y por inanición idearia.

Cuando una imagen, como aquella de la cobra, se magnifica morbosamente, buscando los mayores despliegues informativos, es lógico pensar que las estadísticas educativas españolas estén en la «segunda división B» del ranking europeo y sean, a la vez, muy desiguales entre comunidades autónomas; porque es verdad: No en todos los sitios vale igual, ni se valora igual, la gilipollez demostrada sobre un hecho irrelevante; o dicho de otra forma, da lo mismo: Existen en unos sitios más estultos que en otros. Lo dicho: hay más tontos que listos...

* Gerente de empresa