El Córdoba CF vio ayer alejarse de El Arcángel una oportunidad más para reivindicarse como equipo de Primera División. Lo tenía complicado, ya que el conjunto contrario era nada menos que el vigente campeón de Liga, el Atlético de Madrid. De hecho, en las casas de apuestas solo daban a los blanquiverdes un 7% de posibilidades de triunfo, lo que técnicamente se conoce como cero opciones. Pero la cita estaba marcada en el calendario más allá de para optar al balón de oxígeno de los puntos, se trataba también de exhibir sobre el terreno de juego el oficio y la intensidad que merecen apreciar los miles de incondicionales cordobesistas que aún confían en que los que defienden sus colores van a dar la cara ante los grandes. Sin embargo, al término del encuentro la sensación, una vez más, fue que el Córdoba no jugó con la tensión que su situación en la clasificación impone, y que al Atlético le bastó para ganar con poner orden y el mínimo esfuerzo. No se le pidió más. A nueve jornadas para que acabe la Liga, tras diez derrotas consecutivas, sabemos que el empeño de seguir una campaña más en la categoría requiere del milagro, de una remontada sin precedentes, pero sí hay que exigirle a esta plantilla algo todavía a su alcance: recuperar la dignidad. El Córdoba CF está ya ante una cuestión de orgullo, ahora tocado por un aluvión de récords negativos, que tiene que salvar. No es lo mismo para la imagen de la ciudad bajar a Segunda con la cabeza alta, como hicieron sus antecesores en Primera en 1969 y 1972, que con humillación.