El 5 de diciembre de 2013 más de cien grandes ciudades chinas se cubrieron de una pesada cortina de contaminación, provocando importantes alteraciones del tráfico y obligando al cierre de los colegios y edificios públicos. La concentración de partículas superó el nivel máximo de seguridad recomendado por la OMS (25 microgramos/m3) en más de 24 veces en Shanghái y más de 40 en Beijing.

El 10 de diciembre de 1948, hace ahora 68 años, se adoptó y proclamó por la Asamblea General de las Naciones Unidas la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Parece lógico que se enfocaran en la defensa y cuidado de las personas, subrayando la importancia de la dignidad de estas como base para la libertad, la justicia y la paz, que habían sido aplastadas por los regímenes nazis y fascistas. Aunque asumidos teóricamente por las naciones integrantes de la ONU, y ser incluidos en numerosas bases legislativas de los diferentes estados nacionales, se incumplen de forma sistemática, peligrosa y progresivamente con frecuencia e impunidad. De manera que, antes de haber sido capaces de solucionar los aspectos de convivencia entre los seres humanos, nos hemos encontrado con un problema añadido de una gravedad extrema, el calentamiento global del planeta, como consecuencia de la exagerada contaminación medioambiental que estamos produciendo y que nos lleva al desastre y al exterminio de la vida en la Tierra tal como la conocemos en la actualidad.

Resulta dramático comprobar que de continuar por la senda del crecimiento sostenido como fórmula de prosperidad, según nos cuentan desde el poder, además de ser falso, nos lleva a la destrucción de nuestro hábitat.

Para intentar remediarlo en el año 2000 se lanzó la llamada Carta de la Tierra, en la que se afirma que la protección medioambiental, los derechos humanos, el desarrollo igualitario y la paz son interdependientes e indivisibles.

Por contra quienes defienden el crecimiento del PIB como indicador de la «buena» evolución económica del país, siguiendo el cínico lema «Crece ahora, y después preocúpate de los pobres y del medioambiente», se apoyan en la creencia de que la creación de riqueza beneficia a «todos». Para fundamentarla se apoyan en la curva que Simón Kuznets utilizó para describir el ciclo económico que caracterizó a los países de primera industrialización en relación con la desigualdad económica, sin pretender que tuviera un valor predictivo y mucho menos prescriptivo. Sin embargo la Curva de Kuznets es utilizada por la ideología neoliberal para explicar las bondades del crecimiento del PIB, ya que aunque en una primera fase, nos dicen, cause desigualdad en lo económico y contaminación en lo ambiental, conforme el crecimiento progresa llegará a un punto de inflexión a partir del cual ambos fenómenos irán descendiendo según la imagen de una curva de campana en forma de U invertida, en la que en el eje horizontal se refleje el PIB y en el vertical el índice de desigualdad (GINI) o la contaminación ambiental, según el problema que estemos analizando. Lamentablemente, al igual que en otras afirmaciones de la ideología neoliberal, solo son creencias dogmáticas sin base empírica y contrarias a los hechos.

Aunque la riqueza a nivel mundial ha aumentado exponencialmente, no ha supuesto una distribución equitativa de la misma, como predice la «teoría del goteo hacia abajo». La brecha entre ricos y pobres se ha incrementado con la aplicación de las políticas neoliberales, como muestra el informe de Oxfam presentado en enero de 2014 en la cumbre de Davos, según el cual las 85 personas más ricas del mundo poseen una riqueza superior a más de la mitad --3.500 millones-- de la población mundial más pobre. Incluso en los países tradicionalmente más igualitarios, como Suecia y Noruega, la porción de riqueza ha pasado a los más ricos en una porción superior al 50%. No solo no hay «goteo hacia abajo» sino que se está produciendo una «aspiración hacia arriba» de la riqueza.

En cuanto al impacto medioambiental, tenemos a China e India como ejemplo de países emergentes más destacados en los aspectos económico y demográfico, en los que el punto de inflexión, al igual que el punto G, solo aparece en la imaginación de los gobernantes.

A pesar de ello los organismos internacionales lo han convertido en un dogma que les sirve de coartada para justificar el traslado sistemático, masivo y destructivo de los procesos de producción más tóxicos desde las tradicionales economías desarrolladas a las periféricas que aún no están «saturadas».

En conclusión podemos afirmar que la aplicación de las políticas neoliberales nos lleva a un retroceso de los Derechos Humanos Universales aumentando la desigualdad entre ricos y pobres, al tiempo que provoca un aumento del deterioro medioambiental, situaciones que los seres humanos no podemos permitirnos si no queremos estar abocados a la autodestrucción.

* Miembro de EQUO y Colectivo Prometeo