Hace muy pocas horas que, en la urbe en que --gozosamente-- habita el cronista, los gallos --es una ciudad de fuerte influjo rural-- han acabado de cavar la aurora de un día terminal del zozobrante setiembre del 2015. En el anchuroso vestíbulo de una institución benemérita de la undécima capital del país, su muy solícito conserje recibe al madrugador visitante con un saludo lleno de proximidad y empatía: "Está Vd. en su casa. A su disposición para cualquier menester. Me llamo Antonio", expresado todo ello con insuperable dignidad y señorío.

La mañana no puede presentarse con mejor semblante. Y así estará ocurriendo en el mismo instante en otros muchos, innumerables lugares de la ancha y todavía muy cordial España. El gesto inicial, la primera respuesta, la reacción espontánea ante seres y cosas del común de las mujeres y hombres de nuestro país no cabe, de ordinario, presentarse y ofrecerse con talante más generoso y comprensivo. Así sucede normalmente en buses y trenes con los discapacitados y ancianos, objeto de sólito de la atención más halagadora. A pesar del creciente déficit de urbanidad e imparable emergencia de la mala educación en los sectores juveniles, pocos pueblos como el español pueden hoy ofrecer unas relaciones convivenciales en primera instancia más plenas del sentido de proximidad entre gentes y clases diferentes. En tal ámbito, cualquier cata descubre indeficientemente una salud roborante, compensadora de otras manquedades y alentadora también de empresas colectivas y esfuerzos individuales en pro de adensar la alegría y felicidad del español de a pie, digno de manera absoluta de continuar confiando en su buen hacer y noble comportamiento.

No en balde él fue el gran protagonista de aquella grande, ciclópea hazaña que demostró la maga aventura de la Transición. Sin particular inquina, en general, hacia un franquismo del que comprendía su enorme afán por lograr el desarrollo material de la nación, entendió que, tras su desaparición, los ejes estructurales de la sociedad debían experimentar una transformación completa que abocara a la democratización del Estado y sus instituciones, dando paso a una nueva sociedad. Venturosamente, así sucedió, en gran medida, merced a su talante y trabajo desmedido y entusiasta, con raro y feliz compromiso con la entraña más honda y la identidad más configuradora de su patria.

No faltan ni faltarán envites en la hora presente que vuelven y volverán a poner a ruda prueba el talante de las buenas gentes de España para preservar, en continuo proceso renovador, las esencias de su país. No hay voluntarismo alguno en pensar que, sin la intervención de aquellas deidades tutelares que imaginaron hace un siglo D. Miguel de Unamuno y muchos otros espíritus regeneracionistas, el mero sentido de la responsabilidad y su acendrada sensatez bastarán para que superen desafíos y riesgos.

* Catedrático