Cataluña es el territorio escogido este recién estrenado otoño por el activismo internacional de toda laya para practicar en él lo que bien podríamos llamar una desobediencia masiva. Una vez desbordados Constitución y Estatuto de autonomía de Cataluña en los alucinantes días 6 y 7 de septiembre, en que la mayoría independentista del Parlamento catalán decidió arrumbarlos, los movimientos antisistema y de desestabilización política más referenciados de Occidente se dan cita en la palestra independentista catalana para ayudar a que «el pueblo catalán oprimido» pueda ganar el pulso al Estado español represor.

La realidad -más allá de las cataplasmas que se quieran poner- se enfrenta cruda y bien arisca al establiment. El activismo digital más agresivo se ha posicionado al lado del independentismo y su gran masa insumisa de seguidores. Toda disposición judicial ordenando el cierre de webs que ayudan al desarrollo de un referéndum declarado ilegal es rechazada con estrépito de palabras por millones en la red, y las webs clausuradas por la policía judicial son repuestas de inmediato en otros países.

Los hackers de todo el mundo fueron avisados con urgencia para que intervinieran en este «pudridero de libertades» que el Estado español, con la ayuda de paramilitares (Guardia Civil), está convirtiendo a Cataluña. Y la llamada surtió un efecto tan inmediato que el Partit Pirata de Catalunya, el primero en hacer sonar su tam tam de llamada a los rebeldes digitales, se ha convertido en el rey del mambo de los defensores de libertad de expresión digital ante la «preocupante señal de que el Gobierno español» -según leemos en el digital Público, que se hace eco de la opinión de Electrónic Frontier Foundation- «pone sus propios intereses en apaciguar el movimiento independentista catalán por encima de los derechos humanos de sus ciudadanos a acceder a un internet libre y abierto». Así que Rajoy podría ser un Erdogan cualquiera.

Múltiples comunidades hackers, las multirramificadas tramas rusas, el partido Pirata y un incontable número de webs convierten al conflicto catalán en noticia universal y un creciente dolor de cabeza para Europa. Y no digamos para España. El desborde es tan mayúsculo y se han dejado crecer tanto las intervenciones y las palabras de los líderes independentistas que, si esta noche proclaman que han ganado un referéndum, que no se celebró, el activismo desestabilizador lo hará suyo.

La reflexión que debe de hacer España, pero también Europa, tras el fenomenal acontecimiento insurreccional no es menor. Una marabunta de proclamas y amenazas que se mueve especialmente en las redes, pero no solo en ellas, ha decidido que nuestros sistemas políticos, con sus constituciones democráticas y las leyes que de ellas se derivan, no valen. Imponen una libertad de expresión sin límites y se escudan en referencias tan vagas como el inalienable derecho a decidir y el derecho humano consustancial al hombre de defenderse de la injusticia utilizando el arma de la desobediencia.

* Periodista