Debo advertir de que este texto puede herir la sensibilidad de todas esas personas que creen que la vida tiene un sentido trascendente, en especial si lo siguen creyendo ahora que acaban de regresar de vacaciones o están a punto de perder ese estado de bienestar transitorio que se alimenta de brisa marina, unos espetos y un par de gin & tonics.

Como me conozco, no me gusta planear viajes con mucha antelación. Solo ya a final de julio especulé con la posibilidad de ir a Budapest pero, cuando ya lo tenía todo pensado y decidido, no fui capaz de apretar la tecla de aceptar el pago de la reserva del vuelo de ida y vuelta Madrid-Budapest y siete días en el hotel Gellért. La yema de mi dedo índice no soportó el pavor de verme embutido en un albornoz blanco deambulando por el balneario sin más oficio que ese, sin más horizonte que la oscura línea gris del Danubio Azul. Descartada Hungría, el mismo día que comencé mis vacaciones me fui para la estación y cogí un AVE a Madrid. Allí estuve meditando entre la penumbra del hotel y la penumbra de la Gran Vía bajo mis filtros polarizantes para aplacar la luminosidad que siempre tiene esta vibrante ciudad, mi lugar preferido incluso en agosto.

Y como siempre me sucede cuando me relajo y medito, tropecé también esta vez con una de esas obras raras cuya lectura, si no transforma tu vida, al menos te deja pensando unas cuantas semanas. Fue sin buscarlo, como pasan las cosas importantes; había salido a tomar café a media mañana y entré en un local atraído por el civismo de los parroquianos, el silencio, el aroma de café recién hecho y las estanterías repletas de libros, algo parecido a la República de las Letras , en nuestra Plaza Chirinos. Un volumen parecía resplandecer entre cientos de tomos: La Naturaleza de la Conciencia , de Piero Scaruffi. Al acercarme, comprobé que se trata en realidad de una obra complejísima, reeditada y corregida varias veces desde la original del año 2003. La versión actual del año 2015 lleva por título Pensando sobre el Pensamiento: La estructura de la Vida y el Significado de la Materia , y consta de cuatro volúmenes repletos de ideas bien establecidas y opiniones personales sobre la Ciencia Cognitiva, Neurobiología, Lingüística, Filosofía de la Mente, Inteligencia Artificial, Física Cuántica, Relatividad, Termodinámica, Evolucionismo, Teoría de los Sueños, Teorías de las Emociones y Teorías de la Conciencia. En resumen, una obra enciclopédica que pretende abarcar todo el conocimiento en torno a una simple pregunta: ¿qué es la conciencia?

Cuanto más simple es una pregunta, más difícil es su respuesta. Por eso el libro te lleva por infinidad de preguntas intermedias con objeto de guiarte para comprender el alcance de las posibles respuestas: ¿qué es el universo?, ¿qué es la materia?, ¿qué es la vida?,- Ahí me entretuve, entre la bioenergética, las rutas metabólicas, la evolución y los ecosistemas, mundos todos ellos de una complejidad inabarcable que me hizo olvidar la librería y olvidar Madrid. Volví al hotel y quise concentrarme para llegar hasta el final. Leyendo a salto de mata, me encontré con mi pregunta: ¿qué sentido tiene la vida? Y con una respuesta inesperada, de la mano del biólogo americano Eric Schneider: "Al final, el propósito de la vida parece no ser otra cosa que la muerte: la Naturaleza inventó la vida en la Tierra como el proceso más eficiente para disipar y agotar la energía que el Sol arroja sobre la Tierra-".

Vuelvo a Córdoba rumiando el pensamiento. Si la vida no es otra cosa que la manera más rápida de alcanzar la muerte, busquemos al menos una bonita manera de morir.

* Profesor