Estos días, cuando pienso en la condición femenina y en su posicionamiento frente al mundo, pienso en Anna Muzychuk. La ajedrecista ucraniana no quiere ser campeona mundial de ajedrez en Arabia Saudí. Ya ha sido y sigue siendo doble campeona, pero se niega a danzar al son de la música saudí, para el gusto de otros, de las discriminaciones y los crímenes de otros: «No quiero estar bajo las reglas de otro, no quiero llevar túnica, no quiero tener que ir acompañada para ir fuera y, sobre todo, no quiero sentirme como una persona secundaria». Domina la modalidad rápida, de 15 minutos por jugador, como Mireia Belmonte la mariposa muscular sobre el agua, y también la relámpago: nada menos que tres minutos por jugador, en ese parpadeo sobre el tablero que avista territorios con líneas invisibles. Anna Muzychuk, una joven maestra de 27 años, asegura que en el mundial de Arabia Saudí podría ganar lo mismo que sumando 12 torneos, pero también que, antes que sus títulos, está preparada para defender sus principios. Necesitamos gente así, necesitamos mujeres que conviertan los principios en actos, en un oleaje de opinión. No ha sido el único escándalo: siete jugadores israelíes, cinco hombres y dos mujeres, no recibieron el visado para el torneo Rey Salmán de partidas rápidas y relámpago, entre el 26 y el 30 de diciembre en Riad. El asunto tiene que ver, pero en el fondo es más complejo: Anna Muzychuk es una mujer que no ha permitido que su propio beneficio deportivo se interponga en su condición de mujer, en cómo la vive y dignifica desde un estatuto jurídico y social que se concede a sí misma. Esto no es solo feminismo, que también, sino una integridad que nos sacude en nuestra manera de posicionarnos. Las palabras, incluso si te dedicas a ellas, no son suficientes. Aquí hay un poema en pie de una mujer joven convertida en la reina del tablero, que ha vuelto a ganar sus dos competiciones sin jugarlas, con su propio relámpago de entereza y verdad.

* Escritor