Héroes de batallas napoleónicas, de la guerra de Marruecos, aristócratas, industriales y miembros de la alta burguesía, políticos, canónigos y toreros... Desde su creación a principios del siglo XIX hasta nuestros días, el cementerio de Nuestra Señora de la Salud en Córdoba ha sido el destino final de muchos de los personajes que han marcado la historia de la ciudad en los últimos dos siglos.

Guerra de la Independencia

Siendo un joven oficial de 28 años, el Barón de Fuente de Quinto logró contactar con la flota inglesa en las costas de Dinamarca, tras hacerse, sable en mano, con un bote de los franceses. Así logró negociar la evacuación de miles de soldados españoles que hasta entonces estaban del lado de Napoleón, devolverlos a España y, ya se sabe como acabó la Guerra de la Independencia. Mucho tiempo después de aquella gesta, Juan Antonio Fábregues i Boixar, que así se llamaba el Barón de Fuente Quinto, falleció en Córdoba, a los 64 años, y fue enterrado en el cementerio de la Salud. Corría el año 1844. Su nicho está en una de las zonas más antiguas del camposanto.

Esta y otras historias se recogen en la guía editada por la empresa municipal de cementerios de Córdoba (Cecosam) bajo el título La Ciudad de los recuerdos. Una guía confeccionada a raíz de la inclusión del cementerio de la Salud en la Ruta Europea de Cementerios en el año 2010 y que puede descargarse en internet. La publicación impresa está agotada. Por si la busca.

Esta guía es la mejor base para preparar la visita. Pero si tiene alguna duda no repare en preguntar a alguno de los empleados de Cecosam.

--Aquí siempre han venido a ver a Manolete. -- señala Mariano Perales.

Mariano trabaja en Cecosam desde hace unos quince años. Y asegura que antes de que el cementerio fuese incluido en la ruta europea, ya había un goteo constante de visitas a la tumba de Manolete.

--Viene gente de toda España y del extranjero. De México muchos-- subraya.

Miguel de la Rubia ha llegado a ver autobuses enteros de turistas mejicanos en busca de la tumba de Manolete. «En México le adoran, es un Dios», señala.

De la Rubia es un marmolista, como antes lo fue su padre, a quien encontramos tallando las inscripciones del panteón de uno de los últimos inquilinos en llegar a este cementerio, Miguel Castillejo, «creador de la moderna Cajasur», dice su epitafio.

En la tumba de Manolete. la figura yacente del torero sobre una gran losa es lo más impresionante. El panteón es obra de Amadeo Ruiz Olmos, destacado escultor del siglo XX, que fuese profesor en la Escuela de Artes y Oficios Mateo Inurria.

Manolete, el Monstruo, el cuarto califa del toreo... Los restos de los otros tres califas también están aquí, a saber: Guerrita, Lagartijo y Machaquito. Pero con todo el respeto para los maestros, ninguno recibe tantas visitas.

Las zonas comunes del cementerio están limpias y cuidadas, pero la conservación de las sepulturas es cosa de sus propietarios. Las familias, se entiende.

Y si no se hacen cargo, la ley prevé su expropiación. Algo así pasó con el panteón del Marqués de Cabriñana, que ha sido restaurado --los restos del marqués no se han tocado-- y ahora incluye un columbario. Muy útil, por cierto, ahora que la Iglesia obliga a los católicos a depositar las cenizas en lugar sagrado.

Otros panteones en ruinas esperan, como el de la Marquesa de Conde Salazar. De estilo neoclásico y rodeado de una verja oxidada, el portón está roto y deja a la vista un sarcófago de mármol. Su aspecto bien puede evocar románticas épocas pasadas, como poblar de pesadillas y fantasmas la mente del espectador.

¡La Salud! Qué nombre para un cementerio, dirán algunos.

El cementerio, que comenzó a construirse en 1811, si bien se abrió tal y como lo conocemos en 1846, toma su nombre de la ermita de la Virgen de la Salud.

No hay que recordar que ha pasado mucho tiempo desde entonces. A la Guerra de la Independencia de la que hablábamos al principio, le siguieron otras.

Una de las más sangrientas y olvidadas fue la de Marruecos. Cerca de 8.000 hombres, jóvenes soldados de una vieja España que soñaba con recuperar su imperio, murieron en el que ha pasado a la historia como El Desastre de Annual.

En la campaña que siguió para recuperar las tierras pérdidas —el enemigo quedó a las puertas de Melilla— murió otro de los héroes enterrados en el cementerio de la Salud, el capitán Francisco Villar Jordana.

A pesar de su juventud --murió en combate a los 32 años--, era un militar laureado, como se recuerda en su tumba, a donde sus restos fueron trasladados por su madre desde el Panteón de los Héroes de Melilla.

La conocida familia Cruz Conde, que dio a Córdoba dos de sus más destacados alcaldes, también cuenta con un panteón en el cementerio. O los Carbonell, destacados industriales aceiteros. O el menos conocido, no así su legado, Benito de Arana Beascoechea. Un ingeniero industrial que se afincó en Córdoba trabajando en la Sociedad Española de Construcciones Electromecánicas, el embrión del que en la actualidad se conoce como el barrio de Electromecánicas.

Otro de los trabajadores del cementerio, y buen conocedor de su historia, Ángel Merino, dice que aquí están todas las calles de Córdoba. Tantas historias....

Un muro recuerda los nombres de más de 2.000 hombres y mujeres fusilados por los fascistas durante la Guerra Civil y la represión que le siguió.

Cuando menos, es curioso que pocos metros más abajo, esté enterrado el coronel Cascajo, quien fuese en Córdoba el «más enérgico y decidido defensor del alzamiento nacional de 1936», según se puede leer en su epitafio.

La muerte no discrimina, pero la memoria sí distingue.

Al pie del Muro de la Memoria, unos versos de Miguel Hernández recuerdan a los fusilados:

«No me olvides / que aún te recuerdo / debajo del plomo / que embarga mis huesos».