Una vez más, denigrante «espectáculo» en nuestro Coso de los Califas, todavía calificado como de «primera categoría». Mi reprobación más absoluta a la empresa y al ganadero Daniel Ruiz por traer, una vez más, un impresentable lote de mansos rumiantes sin casta, fuerza ni aptitudes para la lidia más humilde.

Y, esta vez, con exasperación y mayúsculas, mi específica reprobación hacia el presidente de plaza (el usuario...) por permitir los desafueros ocurridos en la arena y, en concreto, con la no devolución del primero de la tarde tras tres caídas antes de ir al cabello y otras dos más tras notar rozada su piel, lo que, como era previsible, determinó que el indefenso animal se acostara en medio del ruedo necesitando Dios y ayuda para colocarlo encima de sus lastimadas pezuñas.

Espectáculo indigno, denigrante, que a los «viejos --y a los no tan viejos-- aficionados» (el que suscribe lleva 65 años asomándose a las plazas de toros) ha ido haciendonos abominar, no ya de nuestra Fiesta Nacional, sino de esta «Catedral del Arte de Cúchares», como he leído en algún noticiero, en la cual , y esta vez de forma irrevocable, este amante de la Fiesta no volverá a pisar los pies.

Y por lo que más lo lamentará será por dejar de ir, dejar de disfrutar, con su nieto, de diez años, a quien lleva a los toros (hay quién dirá «¡que barbaridad!») desde los cuatro años, y que ya me ha dicho: «Abuelito, por Dios, sígueme llevando».