En ocasiones pudiera parecer desproporcionado, sospechoso y oportunista el afán con el que reclamamos para la escuela la función de alfabetizar científicamente a la sociedad. Como si sólo nos preocupase aumentar el número de horas para nuestro colectivo o ejercer nuestra profesión docente con comodidad, con menos alumnos/as en el aula. Sin embargo, lo que nos impulsa a seguir denunciando la situación casi marginal de las enseñanzas científicas no es otra que la de encontrar los caminos más adecuados para conseguir la adquisición, por parte de la ciudadanía, de unos valores aceptables -democráticamente hablando- relacionados con la forma de entender y actuar en el mundo.

Consideramos esencial partir de algo básico: las ciencias ayudan a vivir a las personas y forman parte de su acervo cultural desde las edades más tempranas. En este sentido la familia debe ser la primera que eduque en aspectos científicos muy concretos, que forman parte de la cotidianidad, de las necesidades diarias de la vida. Hay mucho por hacer en este sentido: Desde posicionarse ante una alimentación equilibrada, hasta exigir una higiene integral. También son fáciles de adquirir en el ambiente familiar las competencias básicas ligadas al respeto del medioambiente. En cuanto a la tecnología, juguetes y electrodomésticos encierran un universo muy didáctico.

En la escuela infantil se podrían trabajar aspectos ligados al ahorro de agua y papel, experimentar con globos (es difícil meter un globo inflado debajo de agua, sin embargo es fácil jugar con ellos sumergidos en el aire), analizar la facilidad / dificultad de deformar cuerpos (plastilina, objetos de hierro, madera, papel etc.), observar las diferentes formas de hojas y de sonidos animales, jugar con colores, conocer el sol y los planetas, etc. Tan sólo hay que satisfacer su curiosidad, canalizarla y explicarles, de manera muy sencilla, los porqués que subyacen bajo estas experiencias.

En las etapas de Primaria y Secundaria las familias siguen ocupando una posición central en la formación científica de niños y adolescentes. Padres y madres saben más ciencias de las que ellos suponen. La principal dificultad estriba en que no son conscientes de ello. Son abundantes los remedios caseros o recetas médicas ante determinadas situaciones: Dieta blanda en determinados trastornos intestinales; reposo ante ciertas dolencias; no a la automedicación ni a los excesos de grasas, dulces, salsas, picantes, alcohol y sal; beber a diario abundante agua; los efectos secundarios de la medicación; efectos beneficiosos de las bolsas de agua caliente o de los cubitos de hielo; educación de la inteligencia emocional; importancia del ejercicio físico; etc. Todo esto es fundamental porque los adolescentes empiezan a afrontar nuevos retos personales con autonomía y a poder controlar aspectos esenciales de su salud. Aún podríamos ir más lejos si pensamos en la responsabilidad de las familias ante las nuevas tecnologías.

Aunque resulta evidente que desde los tres a los dieciséis años el protagonismo lo tiene la escuela, es acertado pensar que cualquier apoyo complementario, venga de donde venga, será bienvenido.

De esta forma, en nuestro ámbito, la ciencia puede emprender un viaje de ida y vuelta enriquecedor: El alumnado aporta sus experiencias familiares y, en el aula, se analizan, discuten y valoran. Y al revés, llevan a casa nuevos conocimientos y la evidencia de que hay que revisar algunas prácticas (consumo excesivo, derroche energético, etcétera.)

Acabada la escolarización obligatoria, la formación científica de la ciudadanía diversifica de forma considerable sus fuentes y sobre todo, no se sistematiza, cuando se abandona la institución escolar. En este caso, son los medios de comunicación los que ejercen el papel más importante como agentes divulgadores y formadores de opinión. Pero en algunas ocasiones caen en el sensacionalismo y en la superficialidad.También están las empresas, las instituciones privadas y públicas, las asociaciones ecologistas, vecinales y las de consumidores, usuarios y enfermos, que junto con las academias de Ciencias, museos, ministerios, consejerías, etc. tejen una amplia red de información-formación saturada en cantidad y calidad.

En nuestros días no es admisible una ciudadanía ignorante y roma en los asuntos de ciencias. Está en juego una democracia mejor. Más participativa. Un mundo más sostenible. Un futuro donde las élites intelectuales han de que compartir sus conocimientos. Donde las enseñanzas científicas en la escuela, el compromiso familiar y la divulgación se constituyan en herramientas básicas para la construcción del futuro.