Vaya por delante que el Córdoba hizo ayer algunas cosas bien, y otras fueron agradables a la vista, incluso. Otras dejaron preocupación para el futuro y no pocas constataron y remacharon la realidad del equipo. Eso, como siempre, más allá del resultado, aunque no hay que olvidar que este Córdoba continúa en crisis, con ocho puntos sumados de los últimos 33 jugados (el equivalente a más de un cuarto de competición), con la tercera defensa más goleada de la categoría (algo que ya, por desgracia, suena a la afición blanquiverde) y, quizás, lo que más preocupa, con el debate metido con calzador sobre cómo debe jugar el equipo (obligado por el cambio de entrenador) y hasta con quién, con los jugadores de la cantera como nuevo mantra salvador ante la ausencia de inversión.

Mientras todo esto ocurre hay que ver y analizar lo que pasa en el campo, que no es poco. Y ayer en El Arcángel se pudo ver a un equipo, el Córdoba, que lo intentó. Carrión insiste en jugar desde atrás aunque a uno le diera un chungo con un quiebro de Kieszek ante Ortuño o a otro una bajada de tensión ante una entrega de Rodas que se quedó corta. Esos dos basten como ejemplo de las dificultades de un equipo que intenta cumplir el plan trazado por el nuevo entrenador, más allá de preguntarse si se tienen los mimbres para ello. Pero bien está en cuanto a buenas intenciones del catalán y, ojo, compromiso de los jugadores. Porque en la primera mitad, mucho de lo que se vio fue gracias a la tensión competitiva de los once que vestían de blanco y verde. En defensa, ya se sabe lo que hay, un mal que aqueja desde la pasada campaña por cerrar la caja antes de tiempo. En el centro del campo, Edu Ramos siguió recibiendo la confianza de Carrión y, delante de éste, Juli por la derecha, Borja en la medular con la compañía de Esteve y Galán por la izquierda, éstos dos últimos tan buenos como económicos proyectos. Arriba, un Rodri que volvió a anotar (de penalti) y que se desespera cada vez más a cada encuentro que pasa con los árbitros y los defensas.

Pero en esos primeros 45 minutos se agradeció el intento del Córdoba por ofrecer algo diferente a su parroquia. Arriesgó horrores atrás, pudo construir en algún momento de ese primer acto y, al menos, logró llegar con criterio a las inmediaciones de Cifuentes. Ocasiones, lo que se dice ocasiones, sólo una: la protagonizada por Rodri al filo del descanso, con una chilena que impactó en la cara del portero cadista.

También hay que decir que enfrente había un Cádiz al que parecía que el balón tuviera colmillos. Pertrechado atrás y sin conseguir dar más de tres pases seguidos, los amarillos buscaban contínuamente la rapidez (de piernas o de acción) de Álvaro García o, por el contrario, que Ortuño bajara el esférico al verde para tener opciones de segunda jugada. Pero en ese primer acto, poquito, porque el Córdoba transmitió mejores sensaciones.

Diferente, mucho, lo que pasó en la segunda. Y eso que los blanquiverdes se adelantaron con un gol de penalti cometido por Sankaré sobre Rodri y, minutos antes, se habían marcado una muy buena jugada, construyendo desde atrás, culminada por dos regates de Javi Galán y un disparo de Juli, demasiado flojo.

Pareció el gol cordobesista como un despertador para los amarillos, porque a partir de ahí confluyeron varios factores para que el conjunto de Carrión se diluyera por completo.

Los cambios no ayudaron. La entrada de Alfaro, sobre todo, le hizo perder consistencia en el mediocampo al conjunto blanquiverde, que además ya acusaba el desgaste físico. Si en el primer acto se luchaba por cada balón dividido como si fuera el último del encuentro, en la fase de verdad, en la que se estaba decidiendo éste, las piernas no llegaban.

El Cádiz avisó con una falta lateral que no aprovechó Sankaré al rematar demasiado flojo. Pero no dio más opciones. En el min. 70, Rodas salía al balón, en posesión de Álvaro García, que se sacó un gran pase perpendicular a Ortuño, vigilado por Antoñito, que tenía amarilla, y con Bijimine algo descolocado. El delantero amarillo se fue como una exhalación a por Kieszek, al que superó con total facilidad.

Lo más llamativo del Córdoba es que en la fase en la que más necesitó tener el balón fue en la que menos lo tuvo. Si en el primer acto tenía cierta posesión aunque nada de verticalidad, en el momento en el que el duelo se estaba decidiendo fue precisamente el Cádiz el que lo cogió y supo qué hacer con él. De nuevo Sankaré, esta vez completamente solo en el segundo palo, perdonó el segundo para los visitantes y con un Córdoba que ya era un cúmulo de errores (en las entregas, en la colocación, en la intensidad...) cayó el segundo gol cadista: Ortuño remataba ante un estático Bijimine un centro medido de Brian Oliván, lo que supuso el mazazo definitivo: la parroquia blanquiverde dejó la grada vacía y evitó ver a su equipo bajando los brazos, recibiendo el tercero, obra de Aitor, e incluso sufriendo opciones de encajar hasta un cuarto o un quinto. La lectura corta es que el Córdoba no mereció tanto castigo, porque había aspectos en su propuesta que, aun con derrota, no debieron quedar tan diluidos. La mirada larga es que esa propuesta vuelve a demostrar que se necesitan jugadores suficientes (en cantidad y en calidad) para desarrollarla. Igual el globo que pinchó ayer Ortuño le viene bien al Córdoba para aterrizar, de una vez por todas, en su realidad.