El luto nos hace mirar hacia atrás. La tarta de queso es sustituida por un tiramisú en el centro de la mesa y dos velas que marcan 33.

Acabamos de llegar de nadar tres mil metros. No es casual. Hay dos formas de plantear un reto: llegar a él al límite o prevenir los problemas. Si el 10 de julio yo quiero nadar dos mil metros, estoy todos los días a las ocho en la piscina una hora y el domingo me voy al pantano a hacer una travesía de tres kilómetros. Me darán calambres, me desorientaré, pero cuando llegue el día que llevo esperando todo el año, dos kilómetros me parecerán poco.

En fútbol es igual. Si tú quieres subir a Primera y en octubre ves que tienes problemas con los laterales, te cubres en enero.

Seguimos: Si el 10 de julio sé que tengo que aguantar 90 kilómetros en bici con tres puertos de montaña, me voy todos los sábados a la sierra y subo el 14% con el plato grande. Así, cuando llegue el día esperado y use el plato chico, las rampas no me parecerán tan duras. Es como en fútbol. Si tú sabes que tu estrella se irá en junio y que tu otro galáctico suele tener problemas físicos, intentas aprovisionarte, igual que haces en la salida si sabes que te van a dar calambres: echas muchos plátanos.

Conocemos el circuito, la altimetría es clara: Trail por montaña: Pues a subir a las ermitas cien veces. Conocemos el calendario: 42 jornadas. Sabemos el número de defensas, cinco... Son riesgos y los riesgos hay que minimizarlos ante los grandes retos.

Y si tienes claro que lo que mejor se te da es correr, te centras en las otras disciplinas, igual que si ya tienes cinco centrocampistas, te fijas en otras posiciones.

El 10 de julio puede que me den calambres, que las rampas se me hagan pesadas o que se me suban los gemelos en el trail, pero al menos he suavizado esos imprevistos. El 12 de junio el Córdoba tenía el partido más importante del curso y en el bar, mientras el tiramisú iba desapareciendo, solo se escuchaban lamentos por el pasado. «Y si hubiéramos fichado ...». «Y si tuviéramos más defensas...», «y si arriba...». Todo eran: ‘Y si...’, mientras el equipo se vaciaba.

El sudor estaba ahí, se veía en cada esprint, incluso en cada pase mal dado. Aquellos hombres estaban al borde de su límite físico, y por eso nadie se atrevió a criticarlos.

En los minutos finales de la prórroga, ya saciados de tiramisú, la única chica que aguantó en la mesa no paraba de tocarse la barriga. Realmente llevaba así todo el partido, como queriendo proteger a los dos mellizos que tenía dentro y que le habían hecho dejar de ir al estadio desde hace meses. Nos acordamos de Las Palmas y pensamos que solo algo excepcional podía darnos el triunfo, como aquel día. Pero la flor no es eterna y, además, el Girona aún no había usado la suya.

Así que perdimos, porque cuando se nos puso todo en contra, solo nos quedaba sudor, pero hacía falta algo más.

Perdimos, y así se acabó el año, con un puñetazo en la mesa, con rabia, porque estábamos convencidos de que de haber cumplido alguno de los ‘Y si...’ estaríamos en Primera.

Pero perdimos, y ella, aún con la mano en la barriga, nos dijo a todos:

- Que es lo que tenía que pasar. Que cuando estos dos niños vengan no se pueden encontrar al Córdoba en Primera, que se lo van a creer demasiado.

Y así fue como consiguió sacarnos una sonrisa quince minutos después de perder el ascenso más factible.