En Córdoba no se escucha mucho, pero más al norte sí. Es un sonido que impacta en medio del silencio, una matraca en la oscura y estrecha calle. Los penitentes sostienen un tosco farol de hierro que pesa en sus manos. Así caminan, muy lentos, envueltos en capas negras y mirando al suelo. La gente que les observa enmudece a su paso, sobrecogida.

Volvamos al sur.

A las cuatro y media de la tarde aún no hay sombras en el césped de El Arcángel y cuatro aficiona- dos se apoyan en la barandilla de la tribuna observando cómo los cámaras de televisión montan sus equipos, tiran cables y se reparten botellas de agua. Pregunta uno de esos seguidores si han pasado ya los jugadores del Córdoba y ahí se queda, a esperarlos.

Aparecen. Van desfilando por la banda, uno a uno, en fila india, poca separación entre ellos y ninguna palabra, los cascos en las orejas, un pasillo a la condena, así caminan, lentos y la mayoría ajenos a la voz de la grada.

- ¡Menos escuchar música y más al aficionado!

Desfilan como desfilan los penitentes de esa cofradía del norte. Hay luz del día, pero el ambiente es igual de lúgubre que en la procesión. Crear oscuridad a las cuatro de la tarde. Gunino hace el amago de quitarse un auricular, solo el amago. Bebé lleva una llamativa mochila de colores y ni se inmuta.

- ¡Sé que me estáis escuchando!

Los que no llevan auriculares, como Fidel o López Silva, sí se giran y miran al aficionado con pena, pidiendo perdón con una ligera mueca.

- ¡No estáis muertos!

Los penitentes del norte acompañan a un cristo en la cruz que va sin música. Solo cuatro instrumentos de viento lo anticipan, cada cual más triste. Disfrutar con la desolación.

Aquí desde las seis y 25 se empiezan a entonar los culpables. Primero le piden a los “mercenarios” que se marchen, sin citar a nadie, luego cantan que “los jugadores no sienten los colores” y justo después llaman “pesetero” al presidente. Todo eso y ni siquiera se ha llegado al descanso.

La procesión dura poco porque allí no hay carrera oficial y solo 150 penitentes, que no dan cera a los niños, solo meditan en la más profunda intimidad.

Aquí parece que el estruendo va a ser brutal, pero no, la gente está cansada y solo mira. El mayor grito ya no nace del fondo sur, sino de cualquier rincón del estadio y esta vez sí retumba.

- ¡González, vete ya!

Solo los niños disfrutan y agotan a Fernando Torres, que calienta con el tímpano destrozado de tanto grito reclamando su camiseta, o lo que sea. Los mayores también le aplauden al salir al campo y acto seguido pitan el cambio del Córdoba, a quien solo le queda que la afición visitante le diga que es de Primera.

O entonad el miserere: pedir perdón por la culpa.

Así acaba la procesión del norte, con el cántico del miserere en la plaza de la iglesia, a orillas del río.

Aquí el desfile de jugadores se repite, igual que tres horas antes, ahora sin cascos, ahora con más público, ahora sí tienen que escuchar y aguantar la música de las gargantas. Solo les queda el miserere, pedir perdón por la culpa, como ya empezaron a hacer quienes escucharon al seguidor en vez de a su móvil.