Somos rutinarios.

Puede cambiar el día, la hora, la lluvia, el sol, la camiseta, el sitio, pueden cambiar muchas cosas, pero el fondo seguirá siendo el mismo: No hay manera.

Tengo mucho sueño, así que si me duermo, esta vez no tendrá toda la culpa el equipo.

Sería contar otra vez la misma historia, por cuarta semana seguida, y supongo que ya estarán cansados de leer lo mismo, igual que yo de escribirlo.

Me recuesto en la silla y pienso: ¿Qué puedo contar hoy? Y solo se me viene a la cabeza Valentina.

Valentina nació el viernes.

Verán que últimamente hablo mucho de bebés; es una de las consecuencias de entrar en los treinta, empiezan a aparecer por todos lados.

Valentina nació el viernes a las cinco y doce de la tarde y lo primero que hizo su padre fue quitarle la colcha rosa que le habían puesto y cambiarla, sin que nadie lo viera, por una verde que era para los niños. Luego se dio cuenta de que una cámara le había grabado, pero la niña durmió sus dos primeras noches de blanco y verde.

Lo segundo que pensó fue si podía sacarle ya el abono Koki o tenía que esperarse hasta el verano.

-- ¿Tú crees que hago bien? Que el Córdoba trae muchos disgustos y muy pocas alegrías.

No pensó que la primera vez que se separaría de su hija sería para ir a El Arcángel.

-- Pero cuando vayamos 3--0 me iré para casa.

Gracias al Lugo no me duermo. El Córdoba mantiene su rutina.

-- ¿Quisiste decir que te ibas con el 0--3?

Si tapan el marcador y me dicen que los de negro van terceros y los de verde decimosegundos, me lo creo.

-- ¿Qué le pasa a Nando para no jugar hoy que no tenemos interiores?

-- Que juegue Caballero ahí duele a la vista.

En el descanso la pitada es tan sonora como esperada.

-- Vete ahora, que estás a tiempo, y pídele perdón a Valentina.

-- Les doy hasta el minuto 60 para que metan un gol. O cambian de intensidad, que no es difícil, o me voy en ese minuto.

Gol en el minuto 61.

-- ¿Pero no te ibas a ir en el 60?

-- Era mi descuento.

Yo soy más radical que él.

-- Olvídate de hacer socia a Valentina.

-- No, no, eso sí; una cosa es lo que se vea en el campo y otra el sentimiento.

A las seis, la madre, que solo ha visto hasta el 0--1 por televisor, despierta a su hija para darle la comida. El padre piensa en ella.

-- Qué gozada dormir y no enterarte de nada.

Ni siquiera del abucheo que se lleva De Tomás al ser sustituido. Sigo sin dormirme.

Gente que se va: Uno dice que tiene que ir a su chalet; otro, recoger a la novia. Él se mantiene. Para sentirse mejor, decide pasar del fondo alto al bajo y situarse en una esquina, al lado de la salida, donde ve el final. Cree que habrá muchos pitos, pero solo se encuentra un silencio abrumador, más propio de la indiferencia que de la indignación.

Aquí sigue la rutina.

Él se marcha corriendo para volver a la suya. Apenas nos despedimos. Dos días y dos horas es lo que tendrá Valentina cuando se la encuentre en casa. Dos horas perdidas porque aquí nada cambia. Bueno, que no me he dormido.