¿Alguien se apunta a las ocho y cuarto para tomar algo y ver el Córdoba? Silencio absoluto. No hay gancho.

El grito de los jugadores del Córdoba en el túnel de vestuario no lo escuchó nadie. A las ocho y cuarto el bar estaba casi vacío, solo una mesa de seis y una pareja al fondo. En el televisor sí había conexión directa con La Romareda, aunque sin voz, solo imágenes, y así empezó el partido, como si de un videoclip en una discoteca se tratara.

Un cuarto de hora después el bar de incansables cordobesistas se llenaba y ocurría algo extraño, nunca visto. El televisor empezaba a cambiar de canal. Primero el partido en diferido del Real Madrid; luego un baile rápido de canales, un cotilleo, un reportaje poco elaborado, hasta que llegó al Calderón, y ahí se quedó.

Nadie protestó.

Alguien gritó. ¡Gol del Córdoba! Rápidamente cambiaron de canal, volvieron a La Romareda durante cinco segundos, el tiempo justo para comprobar que no estaba borracho ni de broma, que en el marcador ponía 0--1. Cinco segundos, ni siquiera la repetición. Vuelta al Calderón. No hubo más conexiones con Zaragoza, nadie vio el gol de Pedro Ríos ni cómo los jugadores del Córdoba respiraban abrazados en el centro del campo hora y media después.