Medio siglo en defensa del arte flamenco que la peña de El Mirabrás salvaguarda como su más preciada reliquia es una proeza que merece el respeto y el reconocimiento del más exigente. Siempre hemos considerado que cuando hablamos de peñas flamencas, esta viene a ocupar un lugar de privilegio en el corazón de los aficionados, que valoran ese trabajo titánico para mantener viva la llama que la alumbra desde el primer día de su andadura flamenca. El Mirabrás es un ejemplo vivo de afición y el espejo en el que muchas peñas se han mirado a lo largo de esta media centuria, en la que los avatares de cualquier colectivo queda sujeto a las imprevisiones de esta sociedad cambiante. De ahí su incuestionable mérito manteniendo el estandarte de lo auténtico, sin concesiones a banalidades confusionistas alejadas de cualquier aproximación a lo que nos define.

Nunca El Mirabrás ha acogido en sus cuidadas programaciones nada que pudiera empañar los fundamentos por lo que fue creada. Hombres de la talla flamenca e intelectual de Juan Velasco, Andrés Raya, Salvador Miranda y tantos otros, han sido los mantenedores de su prestigio, imposible de lograr sin la figura esencial de Manolo del Rosal, paradigma de verdadera afición, cuya fuente nutricia desde que tiene uso de razón ha sido el flamenco llevado hasta sus cumbres más elevadas en un ejercicio de lealtad y pasión que muy escasas veces hemos encontrado en nuestra largo deambular por los entresijos de este arte.

El Mirabrás es la prueba fehaciente de lo que se puede conseguir cuando un colectivo se implica en un objetivo común. Días de duro trabajo y de manos encallecidas en la construcción altruista y generosa de ese monumento al flamenco, de esfuerzo complementario después de la dureza de las faenas del campo, de la construcción o del transporte, cada cual movido por el mismo proyecto ilusionante en el fomento de la cultura flamenca al importante nivel que le corresponde. Faro que alumbra gran parte de la actividad cultural de un pueblo inquieto e inmerso en la cultura en la que el arte flamenco cubre, ¡y de qué manera!, las insaciables necesidades espirituales de sus habitantes. La música, la poesía, el teatro y actividades de todo tipo revelan un afán por todo lo que suponga enriquecer su espíritu delicado y laborioso, destructores de tópicos al uso, cuando se tiene la oportunidad de acercarse y conocer de cerca a sus gentes, como tantas veces hemos podido comprobar en su invitación siempre amable y sincera para estremecernos con la jondura del cante, que nos deja su marca más indeleble en esa bodega, rincón único ubicado debajo del escenario, en la que dormitan los duendes que ansiosos esperan las voces de los aficionados en un hermanamiento donde brota el turbión de la siempre estremecedora queja telúrica y ancestral, su chorro vivo más sincero que adquiere, si cabe, más autenticidad en ese reducto único donde toma posesión el espíritu flamenco del aficionado, que, con la complicidad del vino y la guitarra, conforman los elementos imprescindibles para que la liturgia se haga verdad hasta que las rotas gargantas pidan el bálsamo reparador de un breve descanso después de dejarse las entrañas en el envite siempre dramático y jondo de su expresión.

La decisión de poner el nombre de El Mirabrás es todo un homenaje a Rafael Romero El Gallina. ¡Cuántos artistas han pasado por ahí dejando la impronta de su arte¡ No podemos enumerar a todos, pero en nuestra memoria siguen vivos y palpitantes Enrique Morente, Fosforito, Paco Toronjo, Carmen Linares, Menese, Chano Lobato, la Niña de Huelva, Luis de Córdoba, El Pele, Miguel Ortega y tantos que adornan las paredes de su inmenso salón. Una labor callada de amor al flamenco durante este medio siglo, que estamos convencidos continuarán tutelando las nuevas generaciones, ya que la pertenencia al Mirabrás es ser parte y arte de un ejército sensible de defensores de nuestro arte en los tres pilares que lo sostienen. Por ello, su continuidad, como el resto de las peñas flamencas que se mantienen en el tiempo, viene a ser casi de obligado cumplimiento. La perseverancia y el amor hacia el arte flamenco que ha demostrado en su medio siglo de existencia es toda una invitación al desafío que la juventud tiene la oportunidad de afrontar tomando el testigo, para cubrir el resto de la centuria con la misma dignidad que hasta ahora.