Pensaba escribir unas palabras sobre la novela de un profesor universitario que he sido incapaz de acabar. No hay forma de justificar aquello que no es ni convincente ni posee rectitud. Lo tenía claro, incluso comencé a redactar unas líneas sobre el autor y la obra. Pero pensé, en un instante de duda, que ese comentario no haría sino publicitar el lamentable escrito. Alabar o criticar provocan un efecto semejante y siempre erróneo.

Ni la calidad se encuentra en las obras literarias que se reseñan, ni en los autores que representan la literatura oficial de este país. Se trata de un asunto complejo, aunque sin respeto por la literatura se acepta el todo vale que nos vuelve escépticos.

Comentaba hace unos días el poeta mexicano Fabio Morábito que de la poesía no vive nadie, lo afirmaba con rotundidad el autor mexicano. Pero en nuestro país, aunque no se viva de la poesía, la oficialidad se engalana de los bolos , se recrea en ellos y hasta se permiten lujos que en algunos autores pueden llegar a ser asiáticos.

En España existe un puñado de intelectuales que acaparan casi el cien por cien de los bolos monetarios (no digo literarios porque la literatura auténtica es ajena a estos actos de tres al cuarto). Y ellos se lo guisan y se lo comen.

Debo afirmar que me parece correcto, allá cada uno con sus bolos . Pero es cierto que la calidad es ajena a estos actos. La calidad (se atribuye el término a Platón y a la raíz poios ) debe cuestionarse, su naturaleza, su clase, su estilo, ella en sí misma debe ser puesta en duda. El fin de la calidad es llegar a ser sustancia y en España hay muchos bolos y poca sustancia.

He vuelto a tomar la novela entre las manos, por cortesía, y la he cerrado de nuevo.

La cortesía nunca será sustancia.