La chaise longue era blanca. Como el mueble. Como las paredes. Pero ahora todo es negro. Negro hollín. El hollín que todo lo cubre. Como el olor. Ese olor penetrante que invade cada rincón, que anula el olfato y aun horas después de abandonar las viviendas, al escribir estas líneas, te recuerda que has estado en el escenario del desastre, en el epicentro de una tragedia para un centenar de familias que desde el martes 20, cuando el Super Bazar Andalucía fue pasto de las llamas, están fuera de sus casas. Son los desalojados, los desplazados de la urbanización los Jardines de la Sierra, convertida ahora, en palabras de un vecino, en "la casa del terror", en el atrezo real de una vida teñida de negro después del incendio.

Ocurrió de noche, a eso de las 22.15 horas, cuando el bazar chino que ocupaba 1.500 metros cuadrados en los bajos de sus viviendas salió ardiendo. Plástico, mucho plástico, y productos de limpieza, y ropa y bisutería, y bolsos y juguetes, un sinfín de productos puestos a la venta en el local servían de alimento para las llamas mientras un espeso humo negro se adueñaba de cada recodo de cada piso.

"Nos pilló cenando. El niño estaba acostado en su cuna y empezamos a oler como a cable quemado. Nos levantamos a ver si era la luz de noche del peque y, de repente, vimos salir humo de los halógenos, de la rejilla de ventilación... Era un humo denso, espeso. Cogimos al niño y salimos a la calle con lo puesto", recuerdan Paco y Toñi, una joven pareja --la mayoría lo son en esta urbanización de apenas cuatro años y muchas hipotecas-- del bloque 12. Como Pilar, que, pocos minutos después de empezar a oler a quemado mientras preparaba la comida del día siguiente, se vio en la calle en pijama junto a su marido, sus dos hijos de 3 y un año y medio, y su madre, recién operada de tibia y peroné. "Apagué los radiadores pensando que venía el olor de ellos, pero enseguida nos llamaron a la puerta: '¡Fuego, fuego!'. El portal estaba completamente lleno de humo cuando bajamos. De hecho, los vecinos del 13 y del 14, los más afectados, tuvieron que saltar por las azoteas para salir por otros portales". En un abrir y cerrar de ojos de pesadilla, todos los vecinos estaban en los jardines. También Daniel y María Eugenia, que habían salido poco antes del edificio después de todo un día acarreando muebles de Ikea para su piso, en el que llevaban poco más de un año viviendo. Alertados por una llamada, regresaron angustiados. "Había lenguas de fuego y un humo denso y negro. Un caos. Caos y mucha desolación --recuerdan-- de ver a los vecinos en pijama, con los niños envueltos en mantas, algunos con bebés. Si hubiera pasado dos horas más tarde, con todos durmiendo... No quiero ni imaginarlo". "Hubiera sido la muerte dulce", apunta Pilar, pensando que hubieran inhalado el humo mientras dormían.

Aquella noche, en la que nadie del Ayuntamiento les ofreció alojamiento ni ayuda --una queja generalizada--, la pasaron la mayoría en casas de familiares. Ya con las primeras luces del día siguiente, de regreso a comprobar los daños, encontraron un panorama desolador. "Era la casa del terror, como si hubiera sido escenario de una guerra. Abrimos la puerta de la casa y salió una nube de hollín", recuerda Daniel. "La sensación fue como cuando abres la puerta de un horno para sacar un asado: salió mucho calor y humo", relata Paco. "La vida se había parado en el salón. En la mesa estaba el queso fresco y el pavo cortado que íbamos a cenar...", todo tal y como lo dejaron, pero con una capa parda por encima. Incluso los armarios estaban llenos de hollín, resalta Pilar. "Estaba todo repleto de cenizas", pero también de "impotencia, de incredulidad", confiesan.

Porque más allá de los daños materiales, que ahora habrá que pelear con las compañías aseguradoras, quedan sensaciones que sitúan a los vecinos en un nuevo kilómetro cero de su existencia. "La sensación de que cuando teníamos medianamente establecidas nuestras vidas nos las han puesto patas arriba", según Daniel y María Eugenia. "La sensación de que tu vida ha dado un vuelco cien por cien y la incertidumbre de cuándo y en qué condiciones volverás a tu casa", confiesan Paco y Toñi. "La sensación de que han trastocado tu vida, que después de unos años construyendo tu casa, en cuestión de minutos, todo ha cambiado. Que tu hogar, lo que tú has levantado, casi ha desaparecido", explica Pilar.

Junto a sus viviendas, los bloques 13 y 14 se mantienen bajo precinto. Urbanismo ha dictaminado que hay "riesgo grave para la seguridad de las personas". Ninguna de las 30 familias desalojadas puede entrar. Hay "daños de consideración" en la estructura, que sufrió temperaturas en torno a los 500 grados centígrados, según el informe de los técnicos. Pero hay otras 75 familias desplazadas. Los bloques aledaños no tienen agua, ni luz, ni gas. "No es que no tengamos agua, es que no tenemos tuberías", apostilla Paco. "Esto ha sido de mucha envergadura", insiste Rafael, el encargado de mantenimiento de la urbanización, seguro de que muchos, incluidas autoridades, no han sabido calibrar la dimensión del desastre. "Nadie del Ayuntamiento ha ofrecido ayuda en una semana --critica--, aunque este miércoles, al fin, se brindaron a estudiar los casos más necesitados y a priorizar las licencias" para acometer las obras que devuelvan la normalidad a la urbanización. "Sientes desamparo. Que nadie del Ayuntamiento o con responsabilidad se haya personado para ofrecer ayuda... ¿Nadie se pone en nuestro pellejo?", se pregunta Pilar.

Mientras, de fondo, el ruido de la polémica sobre las inspecciones, porque el bazar chino, con dos denuncias de la Policía Local, carecía de la declaración responsable de actividad --trámite que sustituye a la licencia de apertura--. ¿Cómo es posible?, se preguntan los vecinos. El PP asegura que sí hay controles, pero que el expediente de este negocio era anterior a la actual corporación. Sin embargo, la oposición denuncia que Urbanismo carece de plan de inspección y que, por otra parte, "nadie se ha preocupado de llamar a estos vecinos y ver cuál es su situación".

¿Y cuál es? "Te ves muy solo. El asesoramiento es casi nulo por parte de las compañías aseguradoras. ¡Pero hombre, si somos las víctimas!", exclama Daniel, quejoso de que le han hecho "una peritación muy por encima, de cinco minutos y siete fotos". De momento están alojados en casa de sus padres, pero están buscando un piso de alquiler pendientes de que el seguro "confirme" que lo sufraga. También Paco, en casa de sus suegros, espera que le "aprueben" un arrendamiento y que se hagan cargo de todos los desperfectos. "Tenemos confianza y esperanza, pero también algo de miedo por cómo responderá la compañía", afirma. "No pedimos nada que no sea nuestro. Solo pedimos --casi suplica-- que se pongan en nuestro lugar. Y al Ayuntamiento o las instituciones que nos ayuden, que nos pueden facilitar, por ejemplo, alquileres asequibles, sin compromiso de tiempo --nos están pidiendo un año por ahí-- o interceder para que mientras estemos fuera de nuestras casas no tengamos que pagar el mínimo del contrato de luz y agua". Ayuda, al fin. Porque hace días la chaise longue era blanca. Y el mueble. Y las paredes. Pero hoy todo es negro. "Mi obsesión --concluye Paco-- es que mi hijo recupere su rutina, una vida normal que hoy está rota".