A José Luis Porras le dolía medio cuerpo y sobre todo los pies tras trabajar todo el día en el puesto del Grupo Ballero en otra feria: la que ha organizado estos días en La Carlota el Grupo Peña. Tres cuartos de lo mismo podían decir la noche del sábado de José María Sánchez, con la voz rasgada por decenas de charlas comerciales, y Javier Martínez. Que sus apellidos no le engañen, aunque todos descendientes de andaluces los dos primeros son barceloneses y el tercero alemán. De hecho, son parte de ese 18,75% de visitantes foráneos que, se estima, recibe la Cata Montilla-Moriles.

Los tres se enfrentaban a las 21.30 del sábado a la cola para entrar aún con ánimo alicaído. Hubo suerte. Algo más tarde el aforo se completó y llegó a paralizarse el acceso. Pero ya con los catavinos en la mano, y encantados con tan original recuerdo, se reconocían sorprendidos por la originalidad del sistema de tickets, la distribución, el montaje, la magnitud de la cita y sobre todo, el ambiente. Y ¡oh milagro sanador del vino!, bastó la primera copa de un simple vino joven afrutado (por donde hay que comenzar si se quiere aprender de los distintos tipos en una noche) para que Pep reconociera: "A mí ya no me duelen los pies ni me duele nada". Posteriormente llegaría la hora del fino y el típico comentario de bebedor novato: "Esto es de hombres", hasta que se aprecia el gusto algo ácido y avellana que distingue como único en el mundo al Montilla. Los pasos por el oloroso y el amontillado fueron más breves de lo planeado para desembocar en un Pedro Ximénez que levantaba el alma. Y por supuesto, hubo lugar para el típico comentario sobre la belleza de la cordobesa, tan tópico como objetivo. El final era previsible y no fue una borrachera: al menos esta parte de ese 18,75% de visitantes foráneos se despidieron ayer de Córdoba prometiendo volver en breve.