Deseo fervientemente que, de una vez por todas, se termine tanta polémica sobre Cajasur. Que se quiebre, también de una vez por todas, ese río de tinta, de declaraciones --no pocas de ellas ofensivas-- contra su presidente en algunos medios de comunicación social. Estamos en un Estado de Derecho. Son --han sido-- y serán los tribunales quienes digan la última palabra. Algunas sentencias ya se han dictado sobre los contenciosos. Otras están aún pendientes, como es el Tribunal Constitucional. Pendiente también la decisión del Ministerio de Economía sobre los nuevos estatutos. Está bien informar. No están nada bien las descalificaciones, y menos meterse en la conciencia de cada persona, de la cual sólo Dios es juez, no los hombres.

Pero en ese río de tinta, de pronunciamientos en pro y en contra, echo de menos algo, que no atañe a la polémica, pero que me parece deber de justicia traer hasta Pulso a la vida . Me explico: Poco o casi nada se ha dicho sobre la inmensa deuda de gratitud que la Iglesia tiene --debe tener-- para con la Obra Social y Cultural de Cajasur. Creo que esa era la primera palabra que se debería haber pronunciado. Cajasur --antes Monte de Piedad y Caja de Ahorros del señor Medina-- es fundación del Cabildo Catedral. Y más en concreto del arcediano Medina y Corella. Durante muchos decenios se mantuvo como una modesta entidad, limitada a Córdoba. Pero en los años cuarenta y cincuenta comenzó su expansión por todos los pueblos de Córdoba. Pero su enorme expansión no se remonta a más de treinta años, gracias al impulso de Miguel Castillejo, del Consejo de Administración y el celo de todos los empleados de las sucursales, que se han batido el cobre en el empeño. Su fin, la lucha contra la usura y el beneficio constante en pro de la sociedad cordobesa, y hoy ya de otras provincias y regiones. Pues bien: la Iglesia ha sido una de las instituciones más favorecidas por la Obra Social y Cultural. No digo que sea la primera, ni que sea la única. No tengo los datos. Pero, si es de bien nacidos ser agradecidos, sería de una injusticia manifiesta no reconocer públicamente cuánto bien ha hecho a las parroquias, a las ermitas, al seminario, a la casa sacerdotal. Ahí está la Magdalena, San Pedro, la catedral de la Sierra en Hinojosa, y ahora una iglesia de Aguilar o la capilla de San Bartolomé. Que hablen muchos párrocos de la capital y de los pueblos, que hablen muchos hermanos mayores y agrupaciones de cofradías, las residencias de jubilados, las guarderías. Que hablen las hermandades sobre los carteles de Semana Santa, o de romerías y fiestas patronales. O los libros publicados sobre teología, historia de la Iglesia, actas de congresos o evangelización. Una montaña de publicaciones que no habrían visto la luz sin ese patronazgo y es mano siempre tendida de quienes están al frente de la Obra Social y Cultural. La Iglesia ha sido y es parte, sólo una parte, de ese bien quehacer. Como lo son los ayuntamientos, la Universidad y los hospitales y los clubs de jubilados. Como escribió mi buen amigo Javier Torres Felipe, Cajasur ha sido la puerta que nunca encontró cerrada cuando tendió la mano en demanda de ayuda. Eso hay que decirlo a los cuatro vientos. Y decirlo también de la Iglesia. Claro está que ese servicio a la Iglesia revierte siempre en bien de la sociedad, del patrimonio artístico y monumental, de las obras sociales y de la caridad, palabra ésta tan rica en contenido como desprestigiada por algunos, como si la caridad se confundiera con una limosnita. Está claro que la Obra Social puede mejorar. Todas las cosas de este mundo son manifiestamente mejorables. O casi todas. Y seguro que en su nueva etapa Cajasur lo intentará. Pero es bueno --dije deber de justicia-- dar al césar lo que es del césar. Pulso a la vida , en este primer espacio del 2003, sólo intenta agradecer, en nombre de tantos hijos de la Iglesia --sacerdotes y seglares--, los favores recibidos, que son muchos. De la Obra Social y, no pocas veces, directamente de su presidente. Dígalo si no Proyecto-hombre . El bien debe hacerse sin ruido, pero es bueno que se conozca. Y más bueno todavía que se agradezca, por quien corresponda. Eso, además, es nobleza.