Confieso mi estupor y asombro. Porque me ha llegado al alma una foto. La reflejaron todos los periódicos. Y la dio la tele. Fue el día en que el Senado --por el escaso margen de seis o siete votos-- aprobó definitivamente la nueva Ley del aborto. En esa foto Leire Pajín, Bibiana Aido y el ministro de Justicia se felicitaban y sonreían ante el resultado de la votación. Con esa ley España se ponía a la cabeza de Europa en cuanto a la interrupción del embarazo. Ley que no estaba en el programa del Partido Socialista. Ley que ha contado con el mayor rechazo social de la historia en nuestra nación. Ley que ha sacado a la calle, no miles, sino millones de personas. Y los sigue sacando, como se vio el domingo pasado. Veían y se felicitaban. ¿Por qué, me pregunto? ¿Por qué se proclama como un derecho de la mujer pasaportar al otro barrio --sin haber nacido-- a miles y miles de nascituros? Ciento doce mil hace dos años. Con la nueva ley serán infinitivamente más. El aborto será totalmente libre en las primeras catorce semanas. Hasta las veintidós en algunos casos. Y las casi niñas podrán abortar sin que los padres intervengan. Basta con decírselo. Si se ponen duros como si no se ponen. Así están las cosas.

Si eso es progresismo, ¡que venga Dios y lo vea! ¿Es el feto un bicho? ¿Un trozo de carne sin alma? ¿O qué es? El rechazo al aborto ¿es una cuestión de carcas, de beatas, de una moral católica que pasó de moda y ha sido superada por la historia y el progreso? ¿O es una cuestión de ética natural y de sentido común? ¿Si es algo trasnochado, por qué están en contra miles y miles de médicos, de biólogos, de científicos, de pensadores y de gente de a pie? No se ha escuchado la voz de la calle, no se ha consultado al pueblo, se ha convertido en un derecho el cortar en flor miles de vidas, inocentes. Los que no pueden gritar ni defenderse. Algún día Europa comprenderá el inmenso error de la aceptación social del aborto. Como comprendió la injusticia de la esclavitud o la violencia de género. Algún día.

¿Y mientras, qué? Que seguiremos gritando con Juan Pablo II cuando dijo en Madrid: "No se puede legitimar jamás la muerte de un inocente". Y mientras seguiremos luchando con toda educación y valentía para que esa ley injusta se derogue. Y mientras, urgiremos al Tribunal Constitucional que diga de una vez por todas que con nuestra Carta Magna en la mano, es deber de todo gobierno promulgar leyes que protejan al no nacido. Y mientras con Teresa de Calcuta diremos: "No abortéis, dádmelos a mí". Y mientras, ayudaremos a las embarazadas a superar el trance como hace Adevida y otras organizaciones. Y mientras, habrá que educar a los críos y crías diciéndoles que la sexualidad ni es un juego de niños, ni un pasatiempo frívolo, sino algo muy serio gobernado con cabeza. Que se deben medir los pasos en falso. Y que los padres son --y deben ser-- los primeros educadores y los mejores amigos de sus hijos para orientar convenciendo. Algún día la Educación será eso: la forja de hombres y mujeres responsables y no juguetes en manos de un falso progresismo que no lleva a ninguna parte.

No. No basta con lamentarse. Algo está fallando aquí y en todas partes. Solo un rearme moral en toda regla pondrá freno a tanto descario. He ahí una urgente tarea. Una responsabilidad de todos. De la familia ante todo. O se hace en la familia o no se hace en ninguna parte.

* Sacerdote