Aunque las costumbres se mantienen, el tiempo, como a todo, las va moldeando, les va cambiando la forma, unos cambios en los que el hombre y sus intereses tienen mucho que ver. A este devenir mutante no han escapado tampoco las monterías, unos encuentros cinegéticos que han pasado de ser un acto social y un regalo entre amigos a todo un negocio que, como tal, ha ido adaptando sus procedimientos para hacerlo rentable para el que organiza y cobra y también para el que paga.

Esta es una de las ideas fundamentales que ayer defendió el escritor y pintor cordobés Mariano Aguayo en la conferencia que ofreció bajo el título La Montería Española . El acto se incluye dentro de la programación establecida por el aula cinegética del Círculo de la Amistad, en cuya sede se desarrolló la velada.

El escritor, especializado en temas cinegéticos, pero muy especialmente en la montería y en sus intríngulis sociales, en sus personajes, en sus formas y en sus costumbres, fue ilustrando su disertación con la proyección de fotografías con temas venatorios, en las que se apreciaban las personalidades "importantísimas" que antes acudían a estas cacerías, las mujeres, las juntas, las rehalas, y cuantos detalles componen esta actividad ya "socializada", según señaló el ponente a este periódico.

Todas estas imágenes, y las anécdotas con que el orador trufó su intervención, sirvieron para analizar las monterías de antes y las de ahora. Así, explicó Mariano Aguayo que hace unas décadas las monterías no se vendían, sino que eran un evento social en el que el propietario de una finca obsequiaba a sus amigos con una jornada de caza, por eso eran pocos y muy importantes los que acudían. Hoy participa todo el que puede pagarla. Por este motivo, al convertirse en un negocio se han tenido que introducir novedades, como las de sortear los puestos, indicó, ya que si paga todo el mundo no se pueden asignar los puestos a gusto del organizador, algo que antes, como era una invitación sí se podía hacer.

Otra cuestión que ha cambiado, indicó el orador, es la del número de reses abatidas, ya que antes, que las fincas no estaban cercadas, los animales andaban libremente y podía darse el caso de que el día de la montería las reses se hubieran movido, por eso era razonable y nadie se quejaba si no tiraba. Hoy en día, por contra, al pagar todo el mundo, existe, de algún modo, cierto compromiso de que todos los participantes, al menos, disparen. Así, para garantizar la existencia de animales se cercan las fincas e incluso se dan casos de repoblación con animales.

Pese a eso, Mariano Aguayo defiende el mantenimiento de esta actividad y no considera negativa esta nueva forma de concebir las monterías, porque son una fuente de generación de ingresos y no pocos empleos para bastantes pueblos y motivo para la conservación y el mantenimiento de la sierra, concluye.