El 5 de diciembre del 2003 fallecía a los 93 años de edad Antonio Cruz-Conde, el alcalde de las obras y aquel que con criterios contemporáneos puso a la ciudad de la larguísima postguerra a los pies de la época del desarrollismo.

Y es que la muerte de Cruz-Conde sirvió a los medios para, con criterios actuales, revisar una etapa histórica, no tanto en el aspecto político (el propio Cruz- Conde nunca renegó de su admiración a Franco) como de los logros en infraestructuras, urbanismo, planificación e incluso a nivel socioeconómicos de unos años que marcarían el desarrollo de Córdoba para el resto del siglo.

Durante su mandato en la Alcaldía de Córdoba (1951-1962) Cruz-Conde impulsó el primer PGOU con criterios modernos para planificar el desarrollo de la ciudad y sus normas urbanísticas futuras y con una visión integral y técnica, un hecho que al ciudadano le pasaría desapercibido porque fueron obras concretas las que marcaron su popularidad: arreglo de calles, apertura de ensanches, embellecimiento de vías del entorno de la Mezquita-Catedral, el puente de San Rafael, la avenida del conde de Vallellano, la reforma de La Corredera, el muro contra las crecidas del Guadalquivir... Hasta el emblemático reloj de Las Tendillas.

Visionario del turismo

Sin embargo, quizá su legado más eficaz para la Córdoba del futuro fue su visionaria apuesta por el patrimonio y un futuro turismo que solo se entreveía como potencial económico en aquella época en la costa. Así, se recuperó el Alcázar de los Reyes Cristianos y el Templo Romano y abrieron museos en La Calahorra, la Casa de los Páez (el Arqueológico) o el Taurino en la Casa de Las Bulas, que también albergaría el primer zoco municipal artesano de España. Sin olvidar que se construyeron los hoteles Palace y Zahira y el Parador de la Arruzafa...

«Quisiera que los cordobeses pensaran de mí que fui un hombre honesto que ejerció la política con absoluto desinterés», dijo en la última entrevista que concedió a la prensa, a Diario CÓRDOBA, en el año 2000.