Estoy tumbado en un banco de Elgoibar. Me toco el pelo y lo tengo sucio y enredado. Me gusta este nuevo estilo de ir de iglesia en iglesia para acampar, ducha en la fuente de la plaza y despertar con las campanas.

Desde el pórtico veo luces de casas encendidas. Antes me daba envidia la calidez del hogar, pero ahora no. Los días así parecen más largos porque en la noche también pasan cosas. Saber que no tienes todo hecho cuando llegues, que debes buscar un buen sitio, algo de agua y un pequeño refugio donde montar la tienda.

Las duchas han ido mejorando con el paso de los días. La primera, en Mutiloa, tuvo que ser fugaz. La fuente, a espaldas de la iglesia, no estaba resguardada y llovía. Teníamos que organizar muy bien el neceser porque cualquier olvido suponía volver al pórtico empapados. El agua estaba fresca y la toalla era pequeña, pero el escalofrío desapareció cuando nos cubrimos con la sudadera, secos y abrigados. Cualquiera que nos viera desde su ventana pensaría, pobres chicos, pero se equivocaba. Nos sentíamos en la gloria. Un día después, en Aizarna, repetimos, ya sin lluvia, aunque era casi de noche.

Al siguiente destino llegamos antes, tras un día de inoportunos cortes en la ruta por la fastidiosa coincidencia con el camino de Santiago, que nos obligó a hacer 30 kilómetros de más y nos birló un tramo junto al Cantábrico que luego, eso sí, nos cobramos, entre Ondárroa y Lequeitio, por una antigua carretera que deseábamos que no acabara nunca.

Ese día vimos paisajes preciosos, como la playa de Laga, Mundaca o el mirador de San Juan de Gaztelugatxe, y sin embargo el momento álgido sucedió en un pueblo de interior completamente desconocido, Arrieta; allí, en mitad de la plaza, junto al frontón, al ayuntamiento, a la Herriko Taberna y a la iglesia de San Martín, montamos el campamento. No era una plaza bella, pero el sol nos golpeaba la cara de lleno, y allí que nos deleitamos, debajo de la fuente, una fuente pequeña e intermitente ante la que teníamos que agacharnos para mojarnos la cabeza, ese era nuestro monumento, y allí que saqué la cámara y empecé a hacer fotos como si estuviera retratando el lugar más adorable del País Vasco, y era una fuente, una mísera fuente en mitad de una plaza reformada de un pueblo que no aparece en ninguna guía. El Monte Oiz, pico emblemático que ascendimos al día siguiente, no se nos quedó tan grabado como aquella fuente.

Trayecto entre Ondárroa y Lequeitio (Vizcaya), el 11 de julio del 2019.

Autorretrato en la fuente de la plaza de Arrieta (Vizcaya).