Durante la segunda semana de julio me encontraba en mi Córdoba natal impartiendo charlas en la Universidad de Córdoba dentro de las actividades de su Foro Único (del que tengo el privilegio de formar parte desde su creación) junto con la Unidad de Cultura Científica de la Universidad de Córdoba y la Agrupación Astronómica de Córdoba. A la vez estaba terminando de preparar mis contribuciones (incluyendo una charla invitada en una sesión plenaria) para el Congreso Estatal de Astronomía que organiza cada dos años la Sociedad Española de Astronomía y que se celebraba a la semana siguiente en Salamanca. Estas actividades promovían no solo la divulgación de mi trabajo científico sino la necesidad de contar en primera persona los descubrimientos astronómicos a la sociedad. Sin esperarlo, y en sólo cuatro días, de estar de conferencias, paseos, tapas y encuentros con colaboradores, científicos, astrónomos y amigos en Córdoba pasé a estar ingresado en la UCI del Hospital Universitario de Reina Sofía con un coma inducido y con el cuerpo paralizado casi en su totalidad. Me había visto afectado por el síndrome de Guillain-Barré.

Esta malhadada y terrible enfermedad neurológica, de la que aún se desconoce algunos detalles como por qué ocurre, supone un trastorno autoinmune por el que los anticuerpos generados para atacar a un virus también atacan al sistema nervioso. En consecuencia los nervios no pueden enviar las señales de forma eficaz y los músculos pierden su capacidad de responder. Así se llega a la paralización de piernas, brazos, manos y pies, a la incapacidad de tener sensaciones como dolor, frío o calor, e incluso a la paralización de los sistemas digestivo, excretor y respiratorio. Aunque el síndrome de Guillain-Barré sólo se da en 1-2 casos por 100 mil personas al año, su tasa de muerte es de alrededor del 7.5%, normalmente consecuencia del fallo respiratorio inducido por la parálisis.

Afortunadamente me encontraba en Córdoba donde tenemos uno de los mejores hospitales de España, y no me quedo corto si añado de Europa y del mundo entero. Los profesionales del Hospital Universitario de Reina Sofía no sólo diagnosticaron rápido la enfermedad, sino que hicieron un seguimiento exhaustivo de todo lo que me estaba pasando. El tratamiento (plasmaféresis, esto es, filtrar la sangre para extraer el plasma, dejando sólo los glóbulos rojos, glóbulos blancos y plaquetas, que sí retornaban al cuerpo), la rapidez de llevarme a la UCI para intubarme, alimentarme y hacerme eliminar mis residuos, y la rehabilitación desde el día cero fueron clave para la recuperación. En 10 días pude volver a respirar por mí mismo y hablar (no recomiendo estar plenamente consciente y no ser capaz de comunicarse). En 3 semanas pudo volver a usar el móvil, escribir y alimentarme por mí mismo. En escaso mes y medio pude volver a andar, con ayuda. Hace un mes, a instancias del seguro australiano (como no cotizo en la Seguridad Social española todo el gasto de hospital fue cargado a mi seguro de viajes australiano), regresé a Sídney. A tres meses empiezo a verlo como un mal sueño, he vuelto a trabajar y hago vida complemente normal, sólo que aún tengo mucho músculo que recuperar (perdí casi 15 kilos de peso) y aún me fatigo más de lo normal. En otros 3 meses espero estar completamente recuperado.

En total pasé 19 días (tres de ellos inconsciente) en la UCI del Reina Sofía y otras dos semanas más en planta, más un mes yendo a diario a rehabilitación, donde día a día el equipo de médicos, enfermeros, fisioterapeutas, auxiliares, celadores y demás mostraron un excelente trato tanto a nivel profesional como a nivel personal. Es por eso que mi primer artículo de Zoco de Astronomía de esta temporada, y el primer artículo de divulgación o de ciencia que escribo después de la vuelta al trabajo esta tercera semana de octubre (tres meses exactos después del comienzo de la enfermedad) está dedicado al excepcional personal del Reina Sofía. No quiero dar una lista larga de nombres por el miedo de dejarme a mucha gente atrás, pero insisto en que no tengo suficiente palabras de agradecimiento a todos y cada uno de ellos. Es algo que nos debería hacer sentir muy orgullosos a los cordobeses, y que deberíamos apoyar en todo momento para que se continúen haciendo las impresionantes labores médicas y de investigación que se llevan a cabo en el Hospital Universitario de Reina Sofía.

Se dio la casualidad que, ya estando en la fase de mejoría a finales de julio pero aún en la UCI, ocurría un eclipse total de luna visible desde Europa y Asia. Este eclipse de luna en pleno verano hizo las delicias de astrónomos aficionados y el público general, quienes disfrutaron de este precioso espectáculo celeste que no necesita telescopio para observarse. Un eclipse total de luna ocurre cuando nuestro satélite entra dentro de la sombra de la Tierra. El color fantasma entre anaranjado, rojo y negro que adquiere la Luna es consecuencia de la luz refractada por la atmósfera de la Tierra. Los poetas pueden decir que estamos viendo todas la puestas y salidas de sol que están pasando en la Tierra en ese momento. Desde España la fase total ocurría poco después de la salida de la luna llena sobre el horizonte este, lo que dejó preciosas estampas de nuestro satélite rojo junto a monumentos o montañas. También hizo proliferar por las redes sociales multitud de fotografías trampa realizados como montajes (me enseñaron uno del Puente Romano con una luna llena eclipsada tan grande que para que hubiese sido real nuestro satélite debería estar 20 ó 30 veces más cerca de la Tierra).

Aquí recopilo las estupendas tomas que el maestro astrofotógrafo Paco Bellido realizó desde Córdoba mostrando la luna complemente eclipsada (abajo izquierda) y dos tomas de la salida del eclipse. Este eclipse de luna ocurrió el 27 de julio y yo me lo perdí (desgraciadamente, la ventana de mi habitación de la UCI no tenía la orientación correcta). Pero para ello había sufrido yo mismo un eclipse de cuerpo.