Hago bici para buscar amor. Para amar tengo que bajarme de la bici. Bajarme de la bici implica un esfuerzo mental. ¿Ante quién me paro? ¿Querrán conocerme? ¿Querré yo? He salido muy tarde del hostal; no por las sábanas, no por la calefacción, es que me cuesta apagar el altavoz. No sé cortar una canción. No sé cortar una relación. ¿Dónde lo dejamos? ¿En qué punto ya no merece la pena? No sé cortar una etapa. ¿Y si paro y me sabe a poco? ¿Y si continuo y no encuentro nada mejor? Tengo que dejar atrás el miedo a perderme cosas o a no hallar nada. Siempre aparece algo. 

Cada vez voy abriendo más espacio a la improvisación. ¿La valentía se pierde con la edad? Ser valiente es cada vez más difícil. Ser valiente no es ir de Málaga al delta del Ebro en bicicleta si tienes un colchón asegurado cada noche. Ay mamá. Es la letra que suena en bucle en la habitación. Otra vez Rigoberta Bandini. No, mamá, no he reservado nada. Perdí la cuenta de las veces que te dije lo siento. Me quedo en pantalón corto.

Vicente y Santiago, en los acantilados de Maro (Málaga), el 28 de diciembre de 2021. JOSÉ JUAN LUQUE

No se empieza igual un día desde una cama que desde un saco. Me ha dado pereza salir del hostal. El cuerpo aletargado, cuesta activarlo. Renuncio al desayuno en el bar. Lo hago en mitad del campo. Me lleno de dopamina. A veces me la da un paisaje: Frigiliana, el Mediterráneo; otras, escuchar cómo hablan dos vecinos.

"La playa Rijana, en la costa de Granada, escenario de mi primera noche a la intemperie en invierno; si hay algún miedo, se tendrá que ir"

Vicente y Santiago descansan en un mirador de la Nacional 340, cerca de Maro. Los dos están jubilados. Santiago vendía leña, su negocio crecía, necesitaba un camión, pero en vez del camión se compró una bici y dejó de trabajar. Todos los días pedalea hasta el límite con la provincia de Granada. Le sorprende que yo no lleve luces y me regala una; él tiene dos más. Me invita a nueces. Pero no tengo con qué abrirlas, lamento. Con una piedra, me responde. Me siento imbécil. Dice que quiere estar a las tres en su casa. “Luego comer, ver la tele y ya ha pasado el día”. No le pregunto si le espera alguien. Sospecho que no.

Panorámica de los acantilados de Maro, desde Cerro Gordo. JOSÉ JUAN LUQUE

Pienso en él durante el día, mientras atravieso la costa granadina sin detenerme en ningún pueblo porque hoy voy directo, hoy experimentaré algo nuevo, hoy quiero llegar ya. Decido el destino sin saber si será accesible. Solo porque está aislado. Me gusta tener nervios.

Al pasar el último hostal de Calahonda sé que no hay marcha atrás. Recargo los bidones, compro una botella de agua, se me hacen eternos los tres kilómetros hasta la playa Rijana. Al verla desde lo alto de la carretera me sacude el vértigo, un escalofrío y una sonrisa. Es la hermosura pintada por el sol

Bajo despacio pero sin mucha dificultad, y al pisar la primera piedra me invade la ansiedad. Quiero abarcarlo todo. Quiero bañarme, hacer un picnic, leer, pasear, mirar el cielo, quiero las olas, fotografiar cada pensamiento, que no se vaya el sol. No tengo frío, ni siquiera después del baño. 

"Ser valiente no es ir de Málaga al delta del Ebro en bicicleta si tienes un colchón asegurado cada noche"

Aprieto el autodisparador de la cámara mientras corro hacia el mar; tengo diez segundos para llegar. La foto sale en el momento justo, brazos abiertos, a punto de caer al agua. La playa se vacía. Son las 18:52, ya he cenado, pasta con aguacates, he andado de punta a punta, he fregado los cacharros, me he lavado los dientes. Oscurece. ¿Qué se hace ahora? Aquí tienes la incertidumbre.

Autorretrato tras el baño al atardecer en la playa Rijana (Granada), el 28 de diciembre de 2021. JOSÉ JUAN LUQUE

Solo veo estrellas, y el mar tan cerca, que asusta. Pensé que no podría leer de noche, pero me acomodo en el saco, como si fuera mi cama, enciendo el foco y llego hasta la página 50. Existiríamos el mar: “La intensidad se mueve por el mundo sin descanso”. No podía imaginar esta sensación. La aventura, lo extraordinario, las provocaciones, lugares de agosto en invierno. No envidio a la pareja que se ha ido a su casa. ¿Refrescará demasiado? ¿Saco la manta térmica? Estoy en paz. Vuelvo a pasearme por la orilla, alumbro la espuma de las olas. Es una luz propia, no del foco. La última vez que miro el reloj son las 21:39. Cierro el libro. 

No estoy cansado, me quedo bocarriba contemplando el cielo. Parece un juguete astronómico. Le envío la ubicación a mi familia. Mi madre exclama que no se lo puede creer. Mi hermano, que cambié Castilla-León por el Mediterráneo para no tener que dormir en hostales. Y aquí estoy, de noche, en diciembre, con el saco, frente al mar. Dos gatos merodean mis utensilios de cocina, que he olvidado meter en las alforjas, pero ya estoy demasiado a gusto como para volver a levantarme.