Opinión | ESCENARIO

Mis maestros

En esta vorágine de mes de junio, lleno de nombramientos, despedidas, jubilaciones, mágicas noches de San Juan y finales de curso, con sus correspondientes almuerzos o cenas --casi siempre cenas, que hay que ver lo mal que nos sientan; algo habría que pensar para arreglarlo-- se me hace más presente que en cualquier época del año el recuerdo de mis maestros --no sólo profesores, ya saben-- los que me enseñaron, acompañaron mi aprendizaje y dejaron su huella en mí. Recuerdo con cariño a mis maestras de Primaria: doña Enriqueta Manso, con quien aprendí las primeras letras; doña Blanca Usano, que había pasado muchos años enseñando en las colonias españolas de África y nos contaba bellas historias de elefantes; con ella perdí el miedo a las redacciones; doña Pilar de la Torre, que perfiló mi ortografía y me zambulló en las divisiones con decimales...

Del instituto, donde tuve a muchos, buenos e interesantes, destaco especialmente a dos: don Rafael Cabanás Pareja, que me dio clase de Ciencias Naturales; en él la exigencia estaba respaldada por la sabiduría. Me inspiraba un respeto inmenso y disfrutaba enormemente de sus explicaciones. Él nos inculcaba la importancia del esfuerzo en el estudio. El otro, don José María Ortiz Juárez, me dio clase de Literatura. No necesitaba el auxilio de ninguna antología porque él lo era en sí mismo. Nos recitaba los sonetos de Lope de Vega con verdadero fervor; creo que se sabía de memoria ‘El Quijote’ y nos ilustraba con párrafos enteros. Escucharlo era una auténtica delicia, pues aplicaba a sus comentarios el más agudo sentido del humor. Me marcó profundamente, no sólo por sus conocimientos literarios, sino por sus lecciones de vida.

También mis compañeros de trabajo han sido mis maestros. Todos me han enseñado algo. A ellos les quito el don, no porque no lo merezcan, sino por su proximidad a mí y por no hacer esta columna pesada y reiterativa. Manuel Palomares Vizcaíno me recordaba todos los años pacientemente --él, que no era nada paciente-- la famosa prueba del nueve en la división. De Rafaela Tejero Ramírez aprendí a no dar por perdido a ningún alumno. De Carmen Bermúdez Ruíz, la ternura y la gracia para tratarlos... Pero mis mejores maestros han sido mis alumnos y mi recompensa, ver los maravillosos hombres y mujeres en que se han convertido. Me siento orgullosa de ellos. A todos, maestros y alumnos, doy las gracias por lo que soy.

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