Opinión | AL PASO

Fantasmas de San Felipe

Es la primera vez que escribo de un suceso paranormal. Y, además, en serio. Porque en mi juventud me reía de estas cosas; cuando iba con mis primos a ver películas de miedo, siempre nos echaban (‘Re Animator’, quedará siempre en nuestra memoria por la risa que nos provocó el tío de la cabeza cortada). Hasta que me pasó lo que me pasó: empezaba mi profesión, años atrás, junto a mis queridos compañeros, Centella, Alcalá, Marisol y Fernández. Cogimos un piso en la plaza de San Felipe muy ilusionados. Mi buen compañero Alcalá, me dijo que en sorteo me había tocado el despacho del fondo, que era enorme. Pero me pidió que si no me importaba que se lo quedara él porque tenía muebles que no cabían en otra parte y, por supuesto, accedí; con el tiempo di gracias a Dios por lo cagón que soy. Habíamos escuchado que en ese piso había un fantasma, pero no lo tomamos a pecho. Sin embargo, en aquella alcoba ocurrían cosas. Incluso había una puerta en esa habitación que nos preguntábamos para que servía porque si la abrías, solo contenía un receptáculo con medidas de un ataúd de pie. Pues bien, un día, o mejor, una noche que me había quedado hasta tarde trabajando pero que pensaba que Alcalá también estaba, escuche claramente: «Marcossss. Y contesté sin sospecha alguna: «Espera Antonio, que estoy cerrando y nos vamos». A los pocos minutos me dirigí al despacho del fondo y me llené de pánico: no había nadie (ni había estado como Antonio me confirmó después). Salí corriendo por las escaleras porque aquel ascensor era más lento que un procedimiento administrativo y acordándome de ‘Re animator’, pensé que me perseguía un fantasma sin cabeza. Y encima sin luz porque el interruptor de mi planta nunca supe dónde estaba (y en ese momento no me iba a parar a buscarlo). Cuando salí desesperado, los transeúntes me miraron sorprendidos. Me fui para la tasca Portos de enfrente. En dicho bar había siempre mucha y misma gente más o menos pija que a todas horas lo pasaban pipa empalmando copas. La camarera, Pilar, me vio con la cara descompuesta y le comenté lo del fantasma. La chavala preocupada me confesó que en esa parte de Córdoba abundaban los fantasmas y me enseño un cuaderno con filiaciones y numeraciones de fechas que parecía una lista de fallecidos. ¿Son nombres de muertos? Le pregunté con terror. Y ella, con rabia y frustración, me contestó: «Si, son fantasmas de por aquí pero no están muertos, sino que son más vivos que el copón. Son clientes de apellidos largos y que visten súper bien, pero mira todas las copas que tienen apuntadas desde hace la tira. Tu fantasma al lado de estos es un monaguillo. Marcos, ¿cómo te va? ¿Te ira muy bien porque siempre vas de traje?». «Me va del diez, pero ahora quiero quitarme el susto. Dame un güisqui en vaso ancho. Pero Cardhu de 12 años que los otros me dan ardores. Y apúntamelo que con el miedo me he dejado la cartera arriba...».

** Abogado

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