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El tapón

Te pido cuando los demás piden otra cosa, me niego a sustituirte por sucedáneos

Querida Coca-Cola: te amo locamente. Lo he hecho de niño, de adolescente fantasmal, de padre de familia. Te amo en tu mejor momento y tus abismos de disipación, te busco en los sitios a los que voy, me sigues sorprendiendo después de décadas juntos, me sigue naciendo un deseo animal con solo pensar en ti. Te pido cuando los demás piden otra cosa, me niego a sustituirte por sucedáneos, me conformo cuando te han formulado allí o allá y tienes el sabor que gusta a otros. Eres primero, segundo y postre; el beso de Atlanta, el vino de Georgia, el último tesoro del Perú, el jarabe de la ley seca, la medalla de Pemberton. ¿Alguna cursilada más? Podría llenarte folios, querida. Puedo detectarte los problemas como un cerdo encuentra ricas trufas, puedo empinarme dos litros de ti a las 7 de la mañana, un sábado, el silencio roto por el microondas calentando las sobras de pizza.

Tú, ¿por qué no me quieres? ¿Yo qué te he hecho, ítem más de tenerte una lealtad de lobo probo? ¿En qué momento pensaste que era buena idea fabricar tus tapones pegados a la arandela de plástico del cuello de la botella? Dices que es por reciclar más fácilmente. Lo pregonas en siete idiomas, con la infografía pertinente. Y yo te digo, desde el amor, ¿tú te lo crees? Abandona el plástico, cambia el modelo, reutiliza los envases, no te afanes en hacer millones de botellas que contaminan y luego preocuparte de que el tapón de las mismas contamina también. ¿Tú crees, en tu dulce corazón de néctar, que no van a tirarse todavía más tapones cuando se arranquen con desesperación y se lancen a las gaviotas a la tercera vez que se metan en el ojo al beber? ¿Y en los estadios? Demonios, vida mía. He ido a beber de una botella de litro y cuarto mientras escribo esto, para no ser injusto, y no hay manera de aplicarte los labios sin que el tapón me raspe algún punto de la cara (en público, cuando te vistes de cristal elegante, habrá vasos, pero en esta intimidad, ¿no has de llegarme a la lengua como un tiro?). El cabestro que tiraba los tapones, ¿tiraba el tapón y luego iba con la botella civilizadamente a reciclarte? ¿Es ese específico mandril por el que has cambiado? Muéstrame el cálculo, te lo suplico.

Y ya que estoy ante ti postrado, suplicándote, respóndeme. ¿Ves de justicia ponerle el chirimbolo unidor a las botellas de Dr. Pepper, sabiendo que el Dr. Pepper sale en las novelas de Crews y en ‘La conjura de los necios’? ¿Por qué dices que el sabor limitado de la Zero de la lata azul bonita es temporal, si es un melocotonazo? ¿Por qué no me dejas beberte como lo habría hecho otro amante hace un siglo, conectados los corazones de todos por ti, y me jorobas y humillas y me vomitas en el beso? Francamente. Franquísimamente, querida. ¿Por qué no haces lo que tengas que hacer para que en el menú Big Mac no te cobren a un céntimo más, que es una enorme majadería? ¿Puedes tú valer un céntimo, cuando eres el maná y el río en que se bañan las victorias y la gasolina de tantos talentos? O César o nada.

*Abogado

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