Opinión | EL SALÓN DORADO

Ansiolíticos

Si la salud conforma una parte de tan suma importancia en nuestra vida, no es de extrañar la ansiedad provocada por las continuas noticias acerca del deterioro del sistema sanitario, tal como las listas de espera quirúrgica, saturación de ambulatorios y hospitales o retrasos en la asistencia primaria que derivan ineludiblemente en la congestión de los servicios de urgencias, todo ello muy a pesar de un esfuerzo titánico por parte de los profesionales implicados, insuficiente incluso a costa de un serio desgaste personal, para siquiera paliar el menoscabo de la sanidad.

Mientras que este pilar básico del estado del bienestar se tambalea, poco ayudan los informes sociológicos relativos a la polarización creciente que se viene constatando en todos los estratos sociales, pues extremismo y radicalización son fuentes de peligrosa inestabilidad. Por otro lado, las cifras del paro perduran inaceptables, los jubilados se quejan de insuficientes ingresos y los afectados por alguna diversidad funcional tienen difícil acceso a una pensión, incluso inferior al SMI. A la vez, gran parte del alumnado se vanagloria de medrar académicamente con el mínimo esfuerzo y una parte notable de la población sufre por causa de la digitalización en lugar de disfrutarla. Los desencuentros internacionales son, así mismo, frecuente motivo de profundo desasosiego. Necesitamos ansiolíticos. Pues bien, existen sin efectos secundarios ni indeseables secuelas. La música clásica proporciona el ansiado sosiego para afrontar la cotidianidad: programas como Sinfonía de la mañana, Música a la carta, La hora azul o Músicas con alma, en RNE, transmiten una brisa de armonía y concordia, imprescindible para relegar a un rincón oscuro el bombardeo de malas noticias y abundantes muestras de incivismo que proliferan con la pretensión de arruinarnos el día.

 ** Escritora

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