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Agrupémonos todos

Pedro Sánchez es el primer español en ser elegido presidente de la Internacional Socialista

Pedro Sánchez acaba de ser elegido presidente de la Internacional Socialista. Noticiar una nueva dirección de este organismo sugiere un lenguaje publicitario, como un establecimiento que cambia de regentes y anuncia en su carta una nueva variedad de platos. No se habla de refundaciones, pero la Internacional estaba oxidada en sus glorias pasadas. La IS reunía el exilio interior de próceres contemplativos, un Macondo tremolado por la plástica libertaria de Bertolucci, que conoció buenos achuchones con Willy Brandt y Mitterrand para redimirse después de que los yanquis considerasen Latinoamérica como su patio.

Como no podía ser de otra manera, Sánchez ha enarbolado en su primer discurso un ideario pacifista, esas soflamas que entroncarían con Rosa Luxemburgo y aquel otro Vladímir que hizo regresar a las tropas rusas desde un vagón. No es que Lenin fuera un profeta del ‘flower power’, pero la I Guerra Mundial incomodaba a sus ambiciones. Y lo mismo de incómoda es la momia del Kremlin para los gatillazos belicistas de Putin. Aunque mejores son los soliloquios espiritistas con el espectro del padre que aventurarse con el regreso del Padrecito -Si Stalin levantase la cabeza seguramente, por incompetente, habría deportado a Siberia a su sucesor-.

En Madrid, la Internacional Socialista se ha maqueado con un mandatario que toca directamente poder, lo cual favorece la propia visibilidad del organismo. Sorprende que en el casi siglo y medio de vida del PSOE, Pedro Sánchez sea el primer español que preside esta institución, levantando con ello los techos de otro padre -la sombra de Felipe es muy alargada-. Madrid ya era la sede de la Secretaría General Iberoamericana, para solaz de los que quieren repensar las Américas desde la distancia o restregarse en el diván de las esquizofrenias con la Madre Patria. Ahora quiere ayudar a engrasar desde la izquierda una diplomacia española gripada entre todo ese bamboleo populista que sacude buena parte de Latinoamérica.

Sánchez quiere hacerse fuerte en Madrid como quintacolumnista del catecismo ultraliberal de Ayuso, poniéndola frente al espejo de un modelo sanitario que puede quebrar las costuras de uno de los poquitos dogmas nacionales, cual es la sanidad universal. Y argüirá a los secesionistas que lo de la internacionalización del conflicto era otra cosa, mismamente apoltronarse en el sitial internacional del puño y la rosa, para desorientar los conflictos internos en su ascendencia. Para ello, la reforma del delito de sedición era un peaje para ese ímpetu movilizador, aunque el bien jurídico protegido -la propia Constitución- quede expuesto a una sobredosis de audacia para paliar los envites ante un nuevo intento de vulneración.

El Presidente Sánchez levantará el puño y cantará la Internacional en los actos de postín de la institución, igual que los mandos policiales lucen los uniformes de gala en días señalados. Pero desde la izquierda más escorada vindicarán patente de corso. Y no hace falta remontarse al cisma de la III Internacional, ni aquella suerte de hollar primero el polo sur que para la progresía se convirtió capitanear la transición. Como en su día Fraga, el Pablo Iglesias del XXI quiere la calle, impulsando la instigación desde el rencor. Los injustificables despropósitos de Vox merecen un desagravio frente a los ataques a la vida personal de Irene Montero. Pero no sacralizan su gestión ni, según las encuestas, parecen alimentar los extremos del arco parlamentario. Por eso, cuando Sánchez entone el «Agrupémonos todos» estará tentado a impostarlo con tonillo electoral.

** Licenciado en Derecho. Graduado en Ciencias Ambientales. Escritor

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