Diario Córdoba

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Carmen Pérez Ramírez

Vanidad o la hoguera de la ambición

«Este mundo virtual y digital consigue perder la realidad de lo que nos acompaña»

La práctica de las primeras destrucciones de libros y bibliotecas, que se desencadenaron en la antigüedad, produjeron un efecto contagioso que se fue repitiendo posteriormente en sucesivas épocas y culturas. Una de las pérdidas más conocidas, especialmente por su valor y trascendencia, fue la biblioteca de Alejandría, pero hubo muchas más. En algunos casos fueron reconstruidas pero jamás se ha podido recuperar lo que se destruyó. Esa mal entendida Hoguera de las vanidades ha traído no pocos disgustos por activar prácticas vinculadas a auténticos atentados a la cultura y a la historia de la humanidad. 

Siendo que el Renacimiento en la Europa Occidental trajo una de las épocas más brillantes de progreso y pensamiento, logrando ser un movimiento cultural y artístico que cambió la concepción de la sociedad de la época, posteriormente sirvió de poco cuando la ambición, el despotismo y las guerras fagocitaron todo lo que supuso un cambio de mentalidad abierta al conocimiento de la realidad científica, impulsando el desarrollo de todas las artes, llegando a considerarse el comienzo de la Edad Moderna. Desde entonces hasta nuestros días, la historia cultural de muchos países ha sido destruida unas veces por una sinrazón enloquecida por creencias religiosas, otras por eliminar cualquier sesgo de cultura que pudiera abrir las mentes al entendimiento, una manera de conseguir que la población llegue a ser analfabeta y manipulable. 

Las destrucciones y las quemas de obras de arte se han hecho siempre con un fin y no precisamente inocente. En la Europa del siglo en el que vivimos la acción de quemar pilas de libros, afortunadamente no se está dando, en cambio con determinadas obras de arte no ocurre lo mismo, algunos autores y coleccionistas están entrando en una especie de psicomagia del fuego para convertirla posteriormente en millones de dólares. El proyecto The Currency que ha puesto en marcha el artista Damien Hirst, consiste, resumidamente, en crear 10.000 pinturas de puntos de colores para luego, una vez adquirida, quemarla y convertirla en NFT, esto ha supuesto que los coleccionistas aficionados al criptoarte se hayan lanzado a comprar esas obras digitales. Como el dinero activa la codicia, el coleccionista Martín Mobarack ha hecho lo propio quemando la obra Fantasmones Siniestros de Frida Kahlo para luego, una vez convertida en NFT, venderla en sitios de criptomonedas. En este caso Mobarack no es el autor de la obra; lo que puede suceder, si realmente ha quemado la auténtica obra de Frida, es que se considere un delito enmarcado en los derechos de autor, ya se verá. 

Este mundo virtual y digital oscuro y encubierto que navega por las criptomonedas consigue perder la realidad de lo que nos acompaña, de lo que nos ilustra, para convertir lo que nos inspira y emociona en objeto de negocio. Dónde irán a parar la huella de la pincelada, el olor a trementina, las veladuras que transitan en el lienzo donde se palpa la auténtica creación del artista: a una pantalla de luz artificial acabando en una damnatio memoriae porque nadie se acordará de aquella obra que desapareció, quedará encriptada representando la hoguera de la ambición.  

*Pintora y profesora

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