Diario Córdoba

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Rosa Luque

ENTRE VISILLOS

Rosa Luque

Un verso suelto

En horas poéticas, Córdoba homenajea a Hisae Yanase con una doble exposición

A unas horas del inicio de Cosmopoética, que enlazará Córdoba con Argentina --país invitado en esta 19 edición-- mediante una ‘poesía de ida y vuelta’ a ritmo de tango, ha querido el azar que la ciudad, a través de su Ayuntamiento, rinda tributo a una de las figuras que más hizo por la fusión cultural, en su caso de Oriente y Occidente: la japonesa Hisae Yanase, un irrepetible verso suelto. Hasta el 6 de noviembre permanecerá abierta la exposición ‘Ikuru-Vivir’, que mostrará entre la Sala Vimcorsa y la Casa Góngora a través de 240 obras el recorrido más sentimental que cronológico de una artista total que abordó la cerámica, la pintura y la escultura con un vitalismo filosófico que unía lo mejor de los dos mundos. Si en vida gozó de un prestigio que traspasaba fronteras, y que a ella jamás se le subió a la cabeza porque ante todo era una mujer sencilla y de risa fácil, transcurridos tres años de su muerte a los 75 Córdoba vuelve a demostrar que no ha olvidado a quien en 1976 la escogió para vivir y tanta empatía compartió con sus gentes. Cuando salía de su casa-taller del barrio de San Agustín, un hermoso fortín de arte moderno y jazmines escondido en un laberinto de pueblo, era frecuente verla saludar a unos y otros mientras caminaba hacia la Escuela de Arte de la calle Agustín Moreno, donde daba clases de cerámica como antes lo había hecho en la Mateo Inurria. Con su porte diminuto y falsamente frágil, siempre a pasos cortos y apresurados, y aquella forma suya de hablar tan peculiar en perfecto español con acento cordobés pero a saltitos, con arranques y frenazos de resonancias niponas, Hisae Yanase encarnaba una perfecta adaptación al medio.

Aquí vino, animada por una amiga japonesa casada con un veterinario cordobés, con el propósito de aprender la técnica del guadamecí, una vez finalizados sus estudios en la Escuela de Diseño de Tokio. Joven y un pelín aventurera, Hisae tenía ganas de salir de su país, una isla adonde, mucho tiempo antes de la llegada de internet, contaba ella que los de su generación sentían que todo sucedía tarde, sobre todo en lo relativo a las vanguardias artísticas. En ese sentido se llevó una decepción, pues en Córdoba --aparte del típico choque cultural, que le hacía mucha gracia-- halló una forma muy clásica de concebir el arte, solo aliviada por pequeños brotes verdes, decía, como el Equipo 57, Aguilera Amate y la gran Rita Rutkowski, extranjera como ella --en su caso neoyorkina-- afincada en la ciudad desde hacía un par de décadas. Encontrarse supuso para ambas una sorpresa y un respiro, y entablaron una amistad que ni la desaparición de Hisae ha podido enfriar.

Ayudada por esa capacidad mimética innata en los japoneses, pronto se adaptó a nuestra forma de ser; aunque no sabía qué le causaba mayor extrañeza --contaba entre carcajadas--, si la forma tan expresiva de comunicarnos o la abundancia de comida en el plato, todo puro contraste con el minimalismo nipón. Pero aparte de otras costumbres, Córdoba proporcionó inspiración a esta artista sensible. Y fue surgiendo una fértil creación en la que, como sucede con los haikus, menos es más. En esa búsqueda de la simplicidad aparente, de decir lo máximo con lo mínimo, tan cercana al pensamiento oriental que respiró en su infancia y juventud, Hisae Yanase desarrolló una trayectoria firme y coherente en la que el virtuosismo técnico se conjuga a veces con la casualidad. Como en esos paisajes pétreos salidos de sus manos que para ella eran energía cósmica, o los dibujos de insectos, diseños textiles y mucho más que ahora puede disfrutarse con el mismo placer que un poema.

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