Diario Córdoba

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Antonio Gil

PARA TI, PARA MÍ

Antonio Gil

La Asunción, llamada de una Madre a mirar el cielo

La celebración de mañana es la síntesis de todas las fiestas marianas, la fiesta de la Pascua de María

Mañana, 15 de agosto, celebramos la fiesta de la Asunción de la Virgen María, en cuerpo y alma a los cielos, dogma definido por el papa Pío XII, el 1 de noviembre de 1950. Así, la fe de la Iglesia ha expresado su convicción de que la madre de Jesús vive glorificada plenamente y para siempre, en la totalidad de su ser, no sólo espiritual, sino también corporal. La Asunción de María es la síntesis de todas las fiestas marianas. Es la fiesta de la Pascua de María. El pueblo creyente, gozoso, la felicita. Jesucristo, resucitado y victorioso, lleva tras de sí a cuantos aceptan su vida. María, su Madre, fue la primera discípula que siguió sus pasos. Es lo que proclamamos en esta solemnidad: que María, Madre de Dios y de Jesucristo, consumado el curso de su vida en la tierra, fue elevada en cuerpo y alma a la gloria de los cielos. Fray Luis de León, en un bellísimo poema, describió así el momento de la Asunción: «Al cielo vais, Señora, y allá os reciben con alegre canto./ ¡Oh, quién pudiera ahora asirse a vuestro manto/ para subir con vos al monte santo!». Y san Ignacio de Loyola, en una sencilla plegaria personal, repetía con frecuencia: «María, ponme con tu Hijo». La fiesta de la Asunción preside y empapa de alegría a muchas ferias de nuestros pueblos, con un eco especial en nuestra ciudad, por la devoción a la «Virgen de Acá», en san Basilio, cuya imagen recorre procesionalmente calles y plazas. Contemplemos a María. El Concilio Vaticano II presenta a María, Madre de Jesucristo, como «prototipo y modelo para la Iglesia» y la describe como «mujer humilde que escucha a Dios con confianza y alegría». Su prima Isabel la declara dichosa porque «ha creído». Ha sabido escuchar a Dios; ha guardado su Palabra dentro de su corazón; la ha meditado; la ha puesto en práctica cumpliendo fielmente su vocación. María es Madre creyente. Y en el día de su Asunción, María es portadora de esperanza y de alegría. El pensador francés Blaise Pascal se atrevió a decir que «nadie es tan feliz como un cristiano auténtico». Lo que define a un cristiano no es el ser virtuoso u observante, sino el vivir confiando en un Dios cercano por el que se siente amado sin condiciones. En la fiesta de la Asunción, escuchamos la llamada de una Madre a mirar el cielo. Pero ¿tiene sentido hablar hoy, en la hora dramática que vivimos, golpeados por tantos conflictos y tantas catástrofes, hablar del «cielo»? Quizá muchas personas suscribirían de alguna manera las palabras apasionadas de Nietzsche: «Yo os conjuro, hermanos míos, permaneced fieles a la tierra y no creáis en los que os hablan de experiencias supraterrenas». La fiesta de la Asunción de María que celebramos mañana, ciertamente, nos habla del cielo, como plenitud de nuestra existencia, como definitiva esperanza de nuestras vidas. Hay en nosotros un anhelo profundo de felicidad que, al parecer, nada ni nadie puede saciar. La felicidad es siempre «lo que nos falta», lo que todavía no poseemos. Para ser feliz no basta lograr lo que andábamos buscando. Cuando por fin hemos conseguido aquello que tanto queríamos, pronto descubrimos que estamos de nuevo buscando felicidad. Ante esta realidad, María nos invita a «mirar al cielo», en la fiesta de su Asunción. Desde la orilla de la fe, lo decisivo es abrirnos al misterio de la vida con confianza: Escuchar hasta el final ese anhelo de felicidad eterna que se encuentra en nosotros y esperar la salvación como gracia que se nos ofrece desde el misterio último de la realidad que es Dios. Y dirigiendo nuestra mirada a la silueta de la Virgen, recitemos, con la ternura de una plegaria encendida, los últimos versos del poema de Fray Luis de León: «Que, si con clara vista miráis las tristes almas de este suelo,/ con propiedad no vista/ las subiréis de vuelo,/ como piedra de imán al cielo, al cielo».

** Sacerdote y periodista

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