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A PIE DE TIERRA

Desiderio Vaquerizo

Irreductibles

Córdoba peligra si continúa esta deriva, no debe cifrar en el turismo su única fuente de riqueza

Fui uno de los ilusos que creyeron que de la pandemia saldríamos un poco mejores; no porque lo esgrimieran como consigna las fatuas y cursis fanfarrias oficiales, sino por el propio significado de la palabra crisis, entendida en el sentido de oportunidad, regeneración y crecimiento. Han sido dos años y pico en los que hemos atravesado momentos muy duros a nivel colectivo, familiar e individual, pero que han supuesto también una ocasión única para la reflexión serena, la autocrítica constructiva, la introspección sin cortinas de humo, el balance desmaquillado, el crecimiento personal. Muchos, de hecho, son hoy un poco más sabios, maduros y realistas, y quizás por ello perciben mejor, desde una posición de total estupefacción, esa especie de estado de nervios colectivo que nos aqueja. A mi entender, no sólo no hemos aprendido nada, sino que por algún extraño mecanismo hemos retrocedido, y para sorpresa general nos encontramos en un momento de estulticia global sólo equiparable, o incluso superior, al de 2019; un juicio quizás excesivamente categórico, que no tienen por qué compartir.

Justo antes de que el Covid viniera a trastocarlo todo, parecía haber acuerdo en que Córdoba no podía seguir los alarmantes derroteros en los que venía cayendo desde hacía algunos años. Hablo del turismo de masas o de aluvión, de la apuesta por la invasión multitudinaria en perjuicio de un turismo cultural y de mayor calidad que no viva nuestra ciudad como un parque de atracciones elaborado en cartón piedra, del peligro del turismo de borrachera y vomitona como modelo a seguir frente al peso de lo patrimonial y de lo histórico, de la gentrificación salvaje y pervertidora, del ruido, el caos circulatorio, la suciedad, o los mil y un aspectos que degradan nuestro centro histórico y expulsan progresivamente a los residentes. Ya desde entonces se habían puesto en marcha estudios sesudos al respecto, se han convocado congresos, publicado libros, creado foros de debate y diseñado incluso planes estratégicos del más variado tenor. Todo inútil... Ha bastado que se nos vuelva a dar manga ancha, para arrojar directamente por el retrete los buenos propósitos y que Córdoba cifre todas sus expectativas de futuro en ser ocupada, sin que le importe en ningún momento qué pueda o vaya a ser de sí misma. Ojo, hablo desde el más exigente de los respetos. Si la ciudad ha decidido que eso es lo que quiere, no tengo nada que objetar; y por otro lado el turismo parece hoy el único motor capaz de tirar de la maltrecha economía española. Por tanto, turismo sí, sin duda, pero no a costa de nuestra propia identidad.

Basta viajar por otras urbes hispanas similares en número de habitantes para percibir cómo han evolucionado estos últimos años, cómo priman la calidad de vida y los servicios sobre cualquier otro extremo, cómo se salen de guapas y son, o intentan ser, fieles a sí mismas. Córdoba, en cambio, parece anclada en el tiempo, y hay que hacer un tenaz ejercicio de abstracción para detectar en ella algún avance en relación a la etapa costumbrista de Antonio Cruz Conde; al menos desde una óptica patrimonial. Cada vez más cordobeses deciden huir de una ciudad tomada por hordas de gente, que se llevan consigo una idea equívoca sobre el carácter cordobés, mucho más profundo, rico, poliédrico y original del retrato pintoresco y un tanto catetoide que se les ofrece.

Sé que hablar así es ir contracorriente, pero mi voz no es la única en expresar este tipo de opiniones. Córdoba peligra si continúa la deriva que viene experimentando esta última década; no debe cifrar en el turismo su única y universal fuente de riqueza; no puede entregarse incondicionalmente sin al menos reivindicar su esencia de siglos, sin pensar qué pretendemos legar de todo ello al futuro, sin recordar que se está desnaturalizando, sin entender que tiene una responsabilidad para consigo misma, su acervo patrimonial y su ciudadanía, especialmente los jóvenes. De hecho, mal ejemplo les estamos dando... Todo esto es pan para hoy y hambre para mañana; una forma rápida y contundente de salir de la contracción provocada por la pandemia, pero no de hacer ciudad; una huida hacia adelante sin terminar de entender que no podremos vivir siempre de lo mismo, y que el tejido patrimonial de cualquier centro histórico debe ser investigado, renovado, transmitido. No lo digo yo; lo dice la ley. La bulla, el desbarre, los problemas de tráfico y de limpieza, el ruido desaforado, la ausencia de educación cívica, la reconversión de la vivienda tradicional en alojamientos turísticos, la expulsión de los residentes, la perversión y las pérdidas irreversibles de nuestro legado histórico..., son problemas de tal gravedad que no deberían continuar silenciados mucho más tiempo; y que resultan perfectamente compatibles con turismo y riqueza. No hablo, pues, de disyuntivas, sino de racionalidad, convivencia y consenso. A este paso podemos terminar convertidos en un parque de atracciones como Venecia, y que sea preciso pagar entrada para venir a vernos, como ya ocurre con los monos del zoológico.

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