Diario Córdoba

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María Olmo

LA RUEDA

María Olmo

Hablando con mi tomate

Casi tres euros me ha costado este tomate. Pesa setecientos gramos, y su piel es fina como el papel. Tiene ese tono rosado de los tomates de huerta de Alcolea (puede que sea de allí, no lo pregunté) y en su interior no hay ni un hueco estéril. Todo es carne. Este tomate da al menos para dos ensaladas y para varios diálogos. El primero, con el dueño de la tienda de productos cordobeses en la que lo he comprado, al que le dije que me gustan más los tomates un poco duros, y me contesta que los rosados son así, más tiernos pero firmes por dentro y muy sabrosos. La segunda con mi familia: hay que ver lo que me he gastado en un tomate. Y la tercera con el tomate: a ver cómo te portas, hijo, que te llevas mis ahorros, no me decepciones.

«¡Qué culpa tiene el tomate!», dice esa sevillana antigua. Y eso contestó en mi mente este producto de la huerta convertido en delicia gourmet con el que quién sabe lo que habrá ganado el productor que lo ha cultivado con mimo, quizá no se lleva ni el 15% de lo que yo he pagado. La primera ensalada sale magnífica y me reconcilia con el precio. A fin de cuentas, lo comparo con lo que cuesta un yogur, o esas lonchas de queso insípido empaquetadas y llego a la conclusión de que ha merecido la pena lo que podemos calificar de inversión, que no de gasto. Mientras escribo estas líneas me propongo tomar hoy la segunda ensalada, para que no se estropee el producto y pase a formar parte de los 1.364 millones de kilos de comida que los españoles desperdiciamos y tiramos cada año. Llegan tiempos difíciles en los que quizá me acordaré con nostalgia de este tomate, ante el que estoy experimentando una sensación parecida a la de esas veces en las que abro el grifo, sale agua fresca y limpia, y reflexiono maravillada sobre el mayor de los milagros y el pánico que siento a perder el gran privilegio de la humanidad, que es el agua corriente. Cada cual tiene sus fobias.

Ya ven. Mientras Juanma Moreno se recupera de la euforia, mientras Pedro Sánchez le pone la camisita y el canesú al paquete de medidas para los hogares más necesitados y para las empresas, yo dialogo con un tomate y me pregunto no ya lo que me espera a mí, sino lo que le espera a nuestros hijos. Agradezco ese sabor ácido y esa frescura que todavía me he podido permitir y pienso en las toneladas de comida basura que ingieren las personas más desfavorecidas en esta humanidad que necesita un zarandeo en sus valores.

Por descontado, el tomate no me da respuestas. Bastante tiene con su propio sacrificio.

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