Diario Córdoba

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Antonio Gil

PARA TI, PARA MÍ

Antonio Gil

La Trinidad o «vivir ante el Misterio»

El misterio de la Trinidad de Dios nos señala lo que jamás podremos comprender. Se trata de ver, en la donación, en la igualdad...

La Iglesia católica celebra hoy la solemnidad de la Santísima Trinidad, que presenta a nuestra contemplación y adoración la vida divina del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo: una vida de comunión y de amor perfecto, origen y meta de todo el universo y de toda criatura, Dios. Así, Dios nos ha revelado su ser íntimo mediante sus acciones salvíficas en la historia: la creación, la encarnación, la redención y la santificación. Dios se nos ha revelado como Creador, porque Dios, en cuanto Padre, es el principio sin origen. Dios, en cuanto Hijo, se ha encarnado asumiendo nuestra naturaleza humana, y con su vida, muerte y resurrección nos ha mostrado el camino para llegar a ser hijos del Padre, porque Él es el Hijo. Finalmente, como Espíritu Santo, Dios habita en nuestros corazones y ha sido derramado en la Iglesia y en el mundo como don del Padre por medio de su Hijo para santificarnos y transformarnos en hijos adoptivos. Porque el Espíritu Santo es el don comunicado por el Padre al Hijo y devuelto en su correspondencia amorosa por el Hijo al Padre. El misterio de la Trinidad, nos dirán los teólogos en sus explicaciones docentes, «no es un rompecabezas de matemáticas imposibles; es, sencillamente, que Dios, al llevar a cabo la obra de nuestra salvación, nos ha dado a conocer lo que es en sí mismo. Un único Dios en la relación amorosa de tres personas. Así, el misterio de la Trinidad de Dios nos señala lo que jamás podremos comprender. Se trata de ver, en la donación, en la igualdad, en la comunicación del Padre, del Hijo y del Espíritu, el modelo ejemplar de lo que debe ser nuestra vida de convivencia con los otros. Así aprendemos que lo central en la vida es convivir en «comunicación» y en «igualdad». Una vida que es donación y comunicación, jamás soledad, nunca aislamiento, siempre apertura y claridad. La fiesta de la Santísima Trinidad nos introduce y nos invita a «vivir ante el Misterio». El hombre moderno comienza a experimentar la insatisfacción que produce en su corazón el «vacío interior», la trivialidad de lo cotidiano, la superficialidad de nuestra sociedad, la incomunicación con el Misterio. Son bastantes lo que, a veces de manera vaga y confusa, otras de manera clara y palpable, sienten una decepción y un desencanto inconfesable frente a una sociedad que despersonaliza a las personas, las vacía interiormente y las incapacita para abrirse al Trascendente. La trayectoria seguida por la humanidad es fácil de describir: ha ido aprendiendo a utilizar con una eficacia cada vez mayor el instrumento de su razón; ha ido acumulando un número cada vez mayor de datos; ha sistematizado sus conocimientos en ciencias cada vez más complejas; ha transformado las ciencias en técnicas cada vez más poderosas para dominar el mundo y la vida. Este caminar apasionante a lo largo de los siglos tiene un riesgo: inconscientemente hemos terminado por creer que la razón nos llevará a la liberación total. No aceptamos el Misterio. Y sin embargo, el Misterio está presente en lo más profundo de nuestra existencia. El ser humano quiere conocer y dominarlo todo. Pero no puede conocer y dominar ni su origen ni su destino último. Porque estamos envueltos en algo que nos trasciende: hemos de movernos humildemente en un horizonte de Misterio. Por eso, hoy, en este tiempo nuestro cargado de errores y de horrores, tiene tanta actualidad la fiesta de la Trinidad, que nos enseña a vivir ante el Misterio. Más aún, nos revela que el Misterio tiene un nombre: Dios, nuestro «Padre», que nos acoge y nos llama a vivir como hermanos. Necesitamos reaccionar. Y vivir con un corazón más atento a la verdad última de la vida. La Trinidad es el icono de la verdadera felicidad.

** Sacerdote y periodista

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