Diario Córdoba

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Miguel Donate

CALIGRAFÍA

Miguel Donate Salcedo

Carteles

Lo escribió para su hermano mayor Quinto Cicerón, o al menos se le atribuye: «Cuida de que toda la campaña esté plena de pompa, que sea brillante, espléndida, popular, que tenga magnífico aspecto y decoro; y también, si algo lo posibilita, que se suscite contra tus rivales el descrédito, adecuado a sus costumbres, del crimen, el desenfreno o el soborno». La traducción es de Duplá, Fatás y Pina. Se queda uno más tranquilo sabiendo que a Cicerón y a los candidatos actuales les susurraban los mismos consejos: cualquier día se sacuden las cadenas de la sesión de control y nos zampan una catilinaria.

En una vida política que consiste en aplicar ese parrafito sin cesar, o sea, en una permanente campaña electoral bicéfala, aquí mi autobombo, aquí el descrédito de todos los demás, las dos cabecitas mordiéndose como tontas víboras siamesas, Hail Hydra; tal vez doblar la dosis de pompa y vómito no caiga simpático. A mí me hastía. Conocidos los antecedentes penales de cada uno, lo que quiero oírle a un candidato es qué problemas cree que hay, con qué ley piensa arreglarlos y qué presupuesto le va a procurar. El resto es fanfarria.

Con todo, entiendo que a la fuerza ahorcan y que si alguien quiere que lo voten tiene que pedir el voto y dejarse ver. Es en ese momento en el que podemos decirle al político: oye, el problema que tienes que resolver es este. Y sería el momento, si alguien se tomara en serio la representación, de recordarle al representante, cada vez que volviera a la ciudad que representa (cada día, cada semana), que el problema sigue sin resolver. Para eso conviene que cada uno esté empadronado en su casa, porque si no se acaban resolviendo los problemas propios o los de otro sitio.

Entiendo que al pedir el voto y dejarse ver, el candidato se limpie los zapatos. ¿Pero es necesario seguir pegando carteles? En 2022, ¿es necesario atravesar República de Argentina bajo triunfales pendones con la cara de cada candidato, que observan desde la misma luz de las altas farolas al pobre ciudadano, y los carteles puestos en las paredes y los puntos de información, y los que han bajado a los adoquines casi porque si alguien pone un cartel en cualquier sitio, de su sonriente candidato de camisa desabotonada y relajado ceño, limpio su corazón; los demás tienen que pegar otros doce carteles al lado, como en una partida cutre de brisca, jugando todos al mismo palo?

¿A quién le hace cambiar el sentido de su voto un cartel? ¿Quién vota por una cara? ¿Quién se traga que volverá a verse esa cara en la calle propia, sonriente junto a tu panadería o el colegio de tus hijos, en forma humana? Obi-Wan Kenobi, cartel inmenso en la parada de autobús; Candidato X, cartel pequeño en toda la ciudad.

*Abogado

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