Diario Córdoba

Diario Córdoba

Miguel Donate

CALIGRAFÍA

Miguel Donate Salcedo

Chino cordobés

Si alguien ojea los periódicos dentro de cien años, quiero que sepa que el pasado martes la Ciudad amaneció naranja, con lo que debe ser la belleza del Apocalipsis, un desierto ambulante besando cielo y tierra. Luego vino el agua y lo que era belleza se convirtió en barro, porque el agua o limpia o destruye.

Comienzo la columna de verdad. Como todos, no soy de un solo sitio. Soy de Córdoba-no es ella mía, soy yo suyo-, pero tengo ciudades y pueblos y países adoptivos. Durante muchos años, mis horas más libres las pasé en Fuengirola, setenta días de exploración y sal. Realmente viví en esa época mucho más en Fuengirola que en Córdoba, porque allí estaba en la ciudad y aquí en sitios concretos: una clase, un cuarto, dos calles. Mi hermano vive allí y allí están algunos de mis mejores amigos. Hace algunos meses pasé por la antigua Plaza de San Rafael, hoy Plaza de Pedro Cuevas, y la estatua de San Rafael, que era célebre porque su cara era la de Rafael Gómez, había desaparecido. Se encuentra, prácticamente a ras de suelo y caída en desgracia, en una salida de la carretera de Mijas o así. Si vas hacia el Miramar, la ves. El traslado ha consistido en cortar la columna, poner un trozo de base en el suelo y plantar el San Rafael encima. Se pueden tirar estatuas por lo penal o por lo civil, y ha tocado por lo civil: cinco mil firmas para cambiar el nombre, que es mayor violencia, si se piensa, que atarle una cuerda al cuello y tirar.

Estuve en la inauguración de esa plaza. Estallaron fuegos artificiales durante más de una hora, inmensos, dibujando palmeras de luz sobre el mar. Todo fue un exceso. Las palabras lo fueron, las hombreras de las señoras lo fueron, las corbatas gruesas y anchas lo fueron. Se servían infinitas copas de cava helado, milagrosa y espontáneamente aparecido allí. Se oía el siguiente chascarrillo: «Claro, ¿qué cara le van a poner? ¿La de otro? ¡Si San Rafael no tiene cara, que le pongan la suya!»

El triunfo era enorme y desangelado, aunque San Rafael pescador mirando hacia el Mediterráneo, un poco náufrago abandonado, enternecía.

La plaza, no obstante, tenía un maravilloso empedrado de chino cordobés. El chino cordobés es una reserva de mundo antiguo, un depósito de conocimiento arcano. Tenía Fuengirola una plaza de mejor chino cordobés que Córdoba. La reforma de la plaza era un paquete completo de cambio de nombre, destierro de la estatua y «hacerla más diáfana». Hacerla diáfana ha sido echar cemento encima del chino, o arrancar el chino y echar cemento, no sé, y a volar. La plaza era un mosaico y ahora es un rectángulo gris y crema, liso como una lápida sin nombre.

Le digo a mi amiga Ali, que podría subirse a la nube Kinton de blanco que tiene el corazón y que es nativa de Fuengirola, que yo lo del chino no lo entiendo. «Mira», me dice con cabreo creciente, como si me tuviera que explicar por qué está mal la trata de blancas, «pues para patinar, que con los chinos no se podía patinar, tanto chino cordobés ya».

Ella no bebió cava.

*Abogado

Compartir el artículo

stats