Ya lo sabíamos de antes, pero la guerra de Ucrania nos ha recordado que la prosa periodística es a menudo ficción. Depende de para qué país o para qué medio escriban, algunos periodistas cuentan unas cosas u otras. Pero el periodismo todavía significa información, no siempre debe ser opinión o literatura, aunque desde luego se agradece que esté bien escrito. Sin embargo, el género se desliza inexorablemente hacia la ficción, o incluso en ocasiones a la autoficción, esa polémica abierta casi desde los años setenta en cuanto hablamos de literatura. Es curioso que en este aspecto hayamos dejado de ser exigentes con el periodismo, pero sigamos siéndolo con otros géneros. El éxito de lo que se ha llamado «autoficción» es discutido siempre por quienes buscan los indicios de la biografía cierta en cada libro. Claro que cuando escribes dejas parte de ti, una parte que solo puede ser verdadera (yo no sé hacerlo de otra forma), pero eso no quiere decir que cuente mi biografía ni que no pueda tener, para hacerlo o no hacerlo, al menos la misma libertad que los demás para interpretarlo. A menudo recuerdo unos versos de González Ruano: «Alguien, cuando pase el tiempo/y encuentre mi calavera, /el tiro que no me he dado/ buscará en la sien entera». Y sin embargo habrá disparos que nadie sospechará hasta qué punto dieron en el blanco porque el orgullo o el pudor o tal vez el sentido común los silenciaron. Cuántas tonterías. Como receptores de información, debemos reprochar las recreaciones de la realidad; como lectores no tenemos derecho a reprochar más que la mala escritura. Dicen que el género de ficción más perfecto son los libros de memorias y ¿saben qué les digo?: incluso en ese caso me parece bien. No es un pecado crear ficción en primera persona, el pecado es informar así sobre el mundo. 

* Filóloga y escritora